Hazme perdidizo en la
arrebatada juerga de mis arrebatos más profundos. Te imaginarás que allí no
habitas, que me será imposible buscarte: ¿qué mejor infierno que ese en el que
sé no estarás? ¿Qué peor castigo se merece este sedentario capricho mío-arte
maléfico de soledades sempiternas- sino el de consumirme en mi propia algarabía:
pérdida de voz mas puro símbolo? No puedo contenerlo, vamos, que consume el
cuerpo suavemente, es que es desenterrar el alma; quitar tanta piel es doloroso
y, ¿cuánto tiempo he querido que esperes
ya? Egoísmo, egolatría pérfida de otro mundo, me supera. Las cuentas se han hecho palabras al verse en
la vertiginosa área de lo perfecto, cimiento del todo, ¿puede que de mí? Lo
hago de nuevo, me pierdo en ventanas interiores, te alejas, permite que mi mano
te toque un momento, sólo espera mi último afán, déjame acariciarte una vez
más, que la eternidad me espera entre lo mío: esa locura merecida, no pedida:
te has ido.
La violencia en nuestro país es un reflejo de nosotros mismos: de todo lo que hemos dejado de hacer en conjunto por el bien y mejoramiento de nuestra sociedad. La historia de México se ha vivido en un marco de violencia desde antes de la conquista hasta nuestros días: somos un país que está aprendiendo a vivir en libertad. No debemos olvidar que somos una nación muy joven con poco más de 200 años de ser una nación independiente. No podemos esperar estar en niveles de calidad de vida comparables con naciones como lo son las llamadas de primer mundo, pues ellos son el resultado de su vasta historia, en las que ya cometieron sus propios errores y de ellos aprendieron. Ahora nos toca aprender de los nuestros. Hay que tomar en cuenta que el ejercicio y aplicación de nuestras libertades las hemos podido ejercer apenas hace muy pocos años y es por está razón que muchos no saben qué hacer con esa libertad: para ser libres hay que saber serlo. Es palpable la violencia dantesca que
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