La visión del hombre es interna, la abstracción total, nace cuando él queda de frente a la obra que también lo ve, y en ese contacto ambos resisten, no se quiebran, siguen. Se transmiten, hablan, tocan, abrazan; el interior del hombre se estremece, hay una suerte de apertura interna que lo hace rememorar y llora, después la obra parecería que se extiende: da más de lo mostrado. A la vista de todos los concurrentes al museo, aquel es un hombre que lleva una hora — inamovible e inexpresivo — viendo el mismo cuadro. “¿Qué tanto ve?” — dice una voz apagada a lo lejos. El hombre mirará fijamente el paisaje hasta sentir que la obra ya no tiene más que dar, entonces se irá, al tiempo que la gente se sentirá aliviada de que aquel personaje haya abandonado la sala, para tomar la fotografía que hace falta para completar el álbum.