Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando entradas de 2011

Te beso en un recuerdo difuminado

Eres un recuerdo tan vago; incapaz de formarte en mi memoria. Tu rostro no termina por ser claro, como si fueses un ente difuminado. Unos ojos que no acaban por dar color. Pestañas que sobresalen por su negrura; tu boca la recuerdo vagamente: dos líneas muy delgadas hacían de labios, tu nariz es tu rostro y el cabello castaño termina por cubrir tu recuerdo. Lo lacio de tu cabellera se me presenta de espaldas a mi mirada, a mis ojos que te contemplan cuidadosamente, no saben si fuiste real, no saben si eres lo que en verdad decías ser. Tu nombre aparece sobre tu cabeza y por eso te reconozco y entiendo que el daño esta hecho, pero quiero recodar los buenos momentos, aunque en mi infortunio, solamente te encuentro en la indiferencia de tus actos, y es como si lo hicieses a propósito, como si con ello tu recuerdo se perdiera entre otros. Después, juego a las palabras y trato de resolver el crucigrama. Deseo encontrar en mi memoria, las respuestas que tu falsedad se ha negado a develar

Caballo andante

En el ojo del caballo vi su muerte, el trote del equino se perdió en la lejanía. No tuve el valor de gritarle a aquel hombre lo que había visto: sus brazos abrazaban el cuello ancho del caballo, con el sombrero ladeado y la sangre escurría sobre su espalda. En mi disertación sobre la vida y la muerte pasó por la misma vereda, como centella, otro caballo; sobre su lomo, un hombre que agitaba en el aire una pistola, y yo, ofuscado, seguí mi camino. 

Gota herida

Susurro desgarrado sobre el aire bifurcado, bifurcado por mí esencia, mi aroma obtuso y repulsivo. Sobre mis piernas la daga, en la daga el filo, en el filo la gota se desliza moribunda y mancillada; cargada de un dolor que siente tan suyo. Desgarrada por la herida abierta que no cierra. Gota manchada de realidad te posas sobre mi pierna desnuda, a los pocos segundos pierdes tu calidez. En la mancha que dejas: un rostro. En ese rostro te encuentro, amada, y lloras y tu boca se recorre como despidiéndose; me vuelvo enseguida y a mi lado estás…sin vida, acuchillada.

El padre que se cansó de esperar

Sobre mis hombros mi padre, es tan difícil caminar con su peso a cuestas; me cuesta trabajo hasta respirar en ocasiones. He querido dejarlo, pero la culpa me hace recobrar fuerzas, pensar en el largo camino que aún me queda por recorrer me lacera. Ya llevo mucho camino andado, con mi padre acuestas, no quiero mirarlo, no quiero ver su sufrimiento, no quiero ver sus ojos cristalinos perdonándome, no hasta que mi espalda llore... entonces lo bajaré y esperaré a que lo haga. Prefiero seguir así, esperando que el final se acerque pronto. No me interesa ver el paisaje que flanquea mis pasos; no, solo quiero llegar y quitar a mi padre de mis hombros, recostarlo sobre la vetusta cama y entonces, en ese momento, decirle que me perdone. Implorarle con mi alma saliéndoseme del cuerpo que perdone mi indolencia, que olvide tantos años de abandono y silencio. Le quiero decir cuánto lo lamento.  Lo tomó de la mano como debí hacerlo en su lecho de muerte y le pido perdón, pero no contesta ni me mira;

Sigilo

Obsesivo, irónico, ansioso; ensimismado en realidades que solamente él conoce porque no permite la salida de sus ideas -las toma del brazo y las jala fuertemente hacia él-. Éstas, inermes, esperan que el inexorable tirano, sucumba ante su mayor enemigo como todas las noches; el sigiloso, taladrante y mudo que ya lo acecha: el silencio .

Irascible

Con la limitante de no saber qué escribir; dejo que los dedos hagan su trabajo. Por alguna extraña razón no paran de moverse, continúan en un ritmo sincronizado, como sabiendo la historia que yo no soy capaz de encontrar en las enmarañadas neuronas que, el día de hoy, parecen ser incapaces de realizar. Puedo culpar al frio, que ya para esta época del año cala hondo, raspa los huesos. Falanges, bromistas, ya díganme de qué se trata todo esto porque ya han escrito 83 palabras y sigo siendo incapaz de verle forma al texto. Por lo menos haganme saber si vale la pena seguir dejándome llevar por ustedes. ¿Quieren que les pregunte mejor a las yemas de los dedos? Vean que ellas sí podrían decirme algo ya que son como las papilas gustativas de la lengua. Cuidado, falanges, que les voy a perder el respeto; ustedes saben que no me gustan las sorpresas, y los misterios me invitan a ponerme histérico y a gritar y a maldecir e incluso, hasta adoptar formas que asustarían hasta al más valentón.  ¿Qu

Berenice

Edward atisbó su inocuo estudio en las profundidades de su morada, al tiempo que una elegía se contoneaba en su mente, esperando salir a la menor provocación. Giró la perilla y entró en la habitación. El olor a papel y tinta lo llenó de gozo; frente a él, un escritorio desgastado, malhumorado por su falta de aseo y su uso esporádico. Tocó suavemente el mueble, pasando las yemas de sus dedos por encima del negruzco escritorio. Encendió la lámpara de pantalla diáfana. Miró a su alrededor flanqueado por estantes tapizados de libros; solapas que mostraban nombres de poetas, cuentistas, novelistas, ensayistas y hasta uno que otro inexorable filosofo. Se acercó a uno de los estantes y sonreía mientras miraba a Kipling asomarse, a Hemingway tratando de pescar a un pez espada; se detenía en Shakespeare y su tempestad cubierta con un halo de misterio. Mas adelante, creyó ver, entre la sombra que dejaba la luz, un hálito: era Poe y su Bon-bon, su plática nocturna con el demonio. Él se sentía viv

Súplica

Es natural tener miedo ¿No lo crees…? Sí, después de todo quién se atrevería a tacharme de poco hombre al verme llorar aquí. Es difícil asimilarlo, ¿sabes? Más cuando pienso en todo lo que puedo hacer todavía o podría hacer, más bien dicho, si no estuviese aquí metido con esta marca en la frente. Solo somos un número, dejamos de ser seres humanos. Al llegar aquí nos convertimos en cifras, digitos que caminan que poco o nada hablan. Apenas y hacemos ejercicio una hora diaria para desentumir los músculos, ya sabes. Comemos por esta maldita costumbre que tiene el cuerpo de pedir alimento para subsistir, y eso es lógico cuando vives, pero ¿aquí? Para qué comer si no vivimos. Mira, hace no mucho tiempo pedí un cuaderno y un lápiz, ya sabes, para distraerme, escribir algo o dibujar, que sé yo. A ver, ¿qué les costaba darme eso? He estado aquí por 8 años, mi conducta ha sido impecable; nunca le he faltado al respeto a nadie, precisamente para ganarme algo como un lápiz y un cuaderno, pero, ba

Instrucciones para no subir una escalera

Antes que nada debemos conseguir una escalera, de preferencia una compuesta, de esas que al sacudirlas expulsan a otra más pequeña que, como hija de la primera, es más delgada y trémula. De pie, frente a su casa, vea la forma más sencilla y menos peligrosa en que puede llegar arriba. De preferencia seleccionar una pared recta, no queremos aprender a escalar todavía. Las construcciones abstractas aún son difíciles de encontrar en esta ciudad. En ellas sería muy trabajoso poder colocar una escalera: sus paredes inclinadas conectadas por una ingeniosa visión, por los sueños de un incomprendido, formando una pieza única, se rehusaría por naturaleza, a sentir el frio metal plateado de una escalera. Pero no se preocupe, seguro su casa es una construcción cotidiana, simplista o normal, no debería de tener problemas en encontrar una pared recta y que, al final de su textura lisa, en la orilla de la azotea, no se encuentre un tejado o algo que pueda dificultarle su tarea y que ponga en peligro

El lugar

Sentí que flotaba, respiraba, pero donde debería estar la nariz nada había. Miré la luminosidad de ese lugar, aunque mi rostro carecía de ojos; escuchaba canticos que acariciaban mi alma pero no tenía oídos. Les hablaba a esas luces que iban y venían como ráfagas, se les podía ver tan felices, pero mi voz no la reconocí. Sentí a mi corazón latir con fuerza por la emoción de ver todo en rededor, pero al buscarme en el pecho no lo encontré. Por fin, después de un par de minutos, me di cuenta que aquí, en este lugar, no necesitaba nada; por fin era libre, como todo lo que habitaba allí.

Cofradía de indivisibles

El silencio es el complemento de la soledad; una no funciona sin la otra, son siameses; nacieron para vivir acompañados: vaya ironía, ¿no? Son indivisibles, una no podría subsistir sin la otra, es como quitarle el corazón al ser humano, es como quitarle el olfato al perro desdichado que se pega al pavimento buscando rastros de algún desperdicio. La soledad y el silencio es una sociedad de amantes predestinados al gozo de ver el sufrimiento de sus víctimas al sentirlos cerca. Una la hace de captor, está ahí, expectante, observando, no se desespera, sabe que caerá el desdichado en algún momento. Tiene que esperar el momento preciso en que su víctima se encuentre lo suficientemente cerca como para rodearlo con su manto cadencioso e invisible.  El pobre tipo se da cuenta de que la soledad lo ha abrazado cuando comienza a sentir frio y el vacío de saber que, en donde está, nada hay. El desdichado mira a su alrededor y busca lo que ha salido por la puerta -puede ser una mujer-,y es en ese mo

Canto a un amor que me ha olvidado

Disculpa acaecida en la penumbra de mi humilde morada, roída por el llanto del desamor indolente. Mis dedos apenas sostienen la pluma con la que escribo estas líneas, letras que se escurren como lagrimas sobre el papel; dolor negruzco deforma mis palabras. ¡Ay de mí si no te olvido mujer de ojos grandes penetrantes! ¡Ay de mí si tu recuerdo me carcome en esta fría y solitaria morada! Lugar abrazado por la melancolía despedida por un amor desgarrado que te implora olvides lo que fui. ¡Ay de mí si termino por entregarle mi alma a esta soledad! Soledad que ya me mira y se sienta junto a mí, esperando que no llegues para devorar mi alma moribunda, y mi sollozo se pierda en la penumbra.

Me dueles a cada paso

Me dueles a cada paso tierra venerada venerada por tus frutos, aún terrosos. Somnolientos, descuidados, costumbristas deambulan por veredas yermas arrastrando las culpas de su naturaleza. En tu naturaleza la inocencia de tus hijos, hijos castigados por miedos infundados. Vociferantes descorazonados los enganchan y los hunden en la más pueril de las realidades. Me dueles a cada paso, tierra de cultura astral; creyente, veneradora de monolitos sagrados, rodillas que sangran por el peso de la fe fe injusta que abandona. Me dueles a cada paso tierra de incertidumbre, incertidumbre reflejada en miradas perdidas. Bendita inopia de los míos al no darse cuenta de las llagas. Me dueles a cada paso tierra morena en la sierra tu corazón llora por los tuyos, en la ciudad el llanto de un hijo al que le dueles a cada paso: México querido.

Singular personaje

Al despertar, después de haber pasado el sueño de la expulsión, veo las arrugas en su rostro, pliegues que bajan por sus pómulos; en su frente: surcos, tal vez, por el ir y venir de pensamientos que durante mucho tiempo lo han marcado. Han dejado su huella para la posteridad. No sé, pero según me han contado, por eso los animales no tienen arrugas en la frente: “Es que ellos no piensan y como no piensan pues no tienen surcada la frente” -decían las arriesgadas-. Pues sí, puede ser, y bueno, tampoco me creo todo lo que dicen las que se arriesgan, las que van más allá de lo que podemos ver. De cuando en cuando veía cómo se internaban en dos túneles oscuros que bajaban como en tobogán, eso decían, que bajaban como si fuese un tobogán, y que ahí conversaban con dos cosas redondas, como esferas. En ese momento no sabía qué era una esfera, pero las arriesgadas siempre terminaban aclarándolo todo. Las arriesgadas siempre tenían una respuesta, pues nos platicaban que esas esferas conocían el e