El silencio es el complemento de la soledad; una no funciona sin la otra, son siameses; nacieron para vivir acompañados: vaya ironía, ¿no? Son indivisibles, una no podría subsistir sin la otra, es como quitarle el corazón al ser humano, es como quitarle el olfato al perro desdichado que se pega al pavimento buscando rastros de algún desperdicio. La soledad y el silencio es una sociedad de amantes predestinados al gozo de ver el sufrimiento de sus víctimas al sentirlos cerca.
Una la hace de captor, está ahí, expectante, observando, no se desespera, sabe que caerá el desdichado en algún momento. Tiene que esperar el momento preciso en que su víctima se encuentre lo suficientemente cerca como para rodearlo con su manto cadencioso e invisible. El pobre tipo se da cuenta de que la soledad lo ha abrazado cuando comienza a sentir frio y el vacío de saber que, en donde está, nada hay. El desdichado mira a su alrededor y busca lo que ha salido por la puerta -puede ser una mujer-,y es en ese momento cuando se tira en la cama, suspira y siente cómo sus oídos son invadidos por una energía que lo presiona. No hay ningún ruido, simplemente siente una opresión y la victima solloza, pero el silencio y la soledad ahora ríen en sus adentros, mientras la fría y triste sombra del infortunio te acaricia, pero no para reconfortarte, no para decirte que todo estará bien sino porque ya les perteneces, a la soledad y al silencio de donde será muy difícil salir aun queriendo, ¡aun queriendo!
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