Sentí que flotaba, respiraba, pero donde debería estar la nariz nada había. Miré la luminosidad de ese lugar, aunque mi rostro carecía de ojos; escuchaba canticos que acariciaban mi alma pero no tenía oídos. Les hablaba a esas luces que iban y venían como ráfagas, se les podía ver tan felices, pero mi voz no la reconocí. Sentí a mi corazón latir con fuerza por la emoción de ver todo en rededor, pero al buscarme en el pecho no lo encontré. Por fin, después de un par de minutos, me di cuenta que aquí, en este lugar, no necesitaba nada; por fin era libre, como todo lo que habitaba allí.
La violencia en nuestro país es un reflejo de nosotros mismos: de todo lo que hemos dejado de hacer en conjunto por el bien y mejoramiento de nuestra sociedad. La historia de México se ha vivido en un marco de violencia desde antes de la conquista hasta nuestros días: somos un país que está aprendiendo a vivir en libertad. No debemos olvidar que somos una nación muy joven con poco más de 200 años de ser una nación independiente. No podemos esperar estar en niveles de calidad de vida comparables con naciones como lo son las llamadas de primer mundo, pues ellos son el resultado de su vasta historia, en las que ya cometieron sus propios errores y de ellos aprendieron. Ahora nos toca aprender de los nuestros. Hay que tomar en cuenta que el ejercicio y aplicación de nuestras libertades las hemos podido ejercer apenas hace muy pocos años y es por está razón que muchos no saben qué hacer con esa libertad: para ser libres hay que saber serlo. Es palpable la violencia dantesca que
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