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Mostrando entradas de junio, 2013

El hombre inacabado

La vi de lejos, estaba sentada esperándome en las escalinatas que subían hasta el interior de la universidad, allí donde quedamos de vernos. Traté de ocultar los nervios restregándome las palmas de las manos en el pantalón: lo logré a medias. Ah, me gustaba tanto…, verla desde mi posición era la visión perfecta: aquí, en la no-correspondencia del amor, el amor puro. Dudé en acercarme, la táctica fácil de llegar y saludarla de forma segura: sonrisa, beso en la mejilla, palabras y más palabras soltadas a suerte de que en el rostro de ella se esbozara un gesto de alivio. Después, empezar con el arte de conocernos. Sin embargo, seguí del otro lado de la calle, con el anhelo negado por el miedo a lo desconocido; incógnita donde radica mi soledad. Al poco rato la vi impacientarse, miró dos y tres veces su reloj, su cabeza de izquierda a derecha en un acto imposible por encontrarme. Ella sabía mi nombre, conocía mi voz y nada más; yo, seguía mirándola en una acción con la cual podría

De las carroñeras sombras

A veces, de la nada, se generan sombras; asomos irreales de formas cuneiformes: murmuran. He sentido miedo, más cuando pareciera que están riéndose de mí: estoy solo en este cuarto umbrío donde me suicidé. A veces, nubes obtusas, negras, entran a la habitación y aúllan; sufren excitados espasmos de placer, entonces desaparecen: detrás de la puerta de la estancia rebuznan como animales en celo. A un lado de lo que soy ahora está el cuerpo de la mujer de mi vida, tan buena era: la maté porque dijo que nunca podría amarme. Le dije que no se preocupara, que al matarla ella sería un ángel piadoso y que siendo así, me amaría. Pero ya llevo días esperándola. Juro que no me tardé nada: le di un tiro en la cabeza y después hice lo propio conmigo mismo. Debió abandonar su cuerpo ensangrentado casi al mismo tiempo que yo lo hice; sin embargo, no fue así, y estoy preocupado porque no sé cuánto tiempo más podré esperarla: esas malditas sombras están a un paso de tocarme.

A Carolina

A veces, en mis noches, las más claras, divago; parezco perdido en la losa que es explanada, lienzo virgen, donde formo el paisaje perfecto, y me sitúo allí sobre el camino trazado. Camino dubitativo, mirando alrededor con un dejo de nerviosismo, a la espera de verte lejos para que me dé tiempo de envalentonarme. Y entre las digresiones, al cabo de unos minutos, estás ahí, quieta, con la incertidumbre de saber si aquel que se acerca es lo que esperas. Despierto.