A veces, de la nada, se generan
sombras; asomos irreales de formas cuneiformes: murmuran. He sentido miedo, más
cuando pareciera que están riéndose de mí: estoy solo en este cuarto umbrío
donde me suicidé. A veces, nubes obtusas, negras, entran a la habitación y aúllan;
sufren excitados espasmos de placer, entonces desaparecen: detrás de la puerta de
la estancia rebuznan como animales en celo. A un lado de lo que soy ahora está
el cuerpo de la mujer de mi vida, tan buena era: la maté porque dijo que nunca
podría amarme. Le dije que no se preocupara, que al matarla ella sería un ángel
piadoso y que siendo así, me amaría. Pero ya llevo días esperándola. Juro que
no me tardé nada: le di un tiro en la cabeza y después hice lo propio conmigo
mismo. Debió abandonar su cuerpo ensangrentado casi al mismo tiempo que yo lo
hice; sin embargo, no fue así, y estoy preocupado porque no sé cuánto tiempo
más podré esperarla: esas malditas sombras están a un paso de tocarme.
La violencia en nuestro país es un reflejo de nosotros mismos: de todo lo que hemos dejado de hacer en conjunto por el bien y mejoramiento de nuestra sociedad. La historia de México se ha vivido en un marco de violencia desde antes de la conquista hasta nuestros días: somos un país que está aprendiendo a vivir en libertad. No debemos olvidar que somos una nación muy joven con poco más de 200 años de ser una nación independiente. No podemos esperar estar en niveles de calidad de vida comparables con naciones como lo son las llamadas de primer mundo, pues ellos son el resultado de su vasta historia, en las que ya cometieron sus propios errores y de ellos aprendieron. Ahora nos toca aprender de los nuestros. Hay que tomar en cuenta que el ejercicio y aplicación de nuestras libertades las hemos podido ejercer apenas hace muy pocos años y es por está razón que muchos no saben qué hacer con esa libertad: para ser libres hay que saber serlo. Es palpable la violencia dantesca que
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