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Mostrando entradas de febrero, 2012

Indómito deseo

Nuestras sombras volvieron a encontrarse bajo la luz tenue de las farolas de un camino que era tuyo y mio. Los movimientos de éstas que enviamos a la reconciliación, eran danza de una pasión que algún día consumamos. Déjalas sentirse y que los lánguidos brazos agarren tus caderas; permite a mi cabeza hecha sombra se funda en la tuya. Deja a tus senos chocar contra mi pecho, concédele a tus manos el derecho de perderse en la cara de mi sombra. Espera a que las bocas broten y se busquen para dejar a las lenguas en un jugueteo obsceno. Que pierdan la clase en el arrebato de la pasión que ya invita a nuestros sexos a encontrarse; éstos, seductores, colisionan; el apetito se vuelve incontrolable. Lo mio ha entrado en tu sexo que es mi anhelo, y el frenesí por ver cómo las sombras se agitan, estimulan, impelen; hace que me vuelva hacia a ti para sentirte en la carne, pero te has ido, y las eróticas manchas que siguen sacudiéndose salvajemente.

La noche

Hay noches donde la lógica se aparta de nosotros; causado por lo que vemos, escuchamos o sentimos. Las leyendas e historias cobran fuerza; satanás existe en las madrugadas, las brujas se prenden fuego y deambulan por los pueblos en busca de niños recién nacidos. Los sonidos que por las mañanas tienen justificación, por las noches son pasos de entes errantes que buscan compañía. Los libros oscuros se convierten en verdad absoluta: Lucifer, Belcebú, Satanás, Caligastia, no son uno solo, no son sinónimos, son ángeles caídos; prisioneros esperando su juicio final según cuentan en algunos textos. Se dice que dos de ellos siguen libres… se dice. Todo lo que negamos frente a otras personas durante el día acerca de lo sobrenatural, se convierten en verdad absoluta. En las noches las caretas caen al piso y tememos por lo que no vemos. Por la noche el mundo deja de ser material, ahora todo son esencias y energías, todo es intangible; la imaginación muta en realidades que tocan nuestra piel. Se b

Mis noches

Por las noches me observan; se asoman, ¿para qué? No sé, pero están ahí. Son formas negruzcas que aparecen y desaparecen frente a mí. Los veo de reojo, y me ven, y se esconden detrás de un muro, y salen al verme distraído. En ocasiones, temo que puedan tocarme, que tiren de mis pies para sacarme de la cama. Me horroriza el pensar que, de pronto, puedan jalar las sabanas que me cubren… Me ven y se divierten al oler el miedo que se desprende de los poros de mi cuerpo. Últimamente los he percibido más cerca; he visto que me asechan, puedo sentir cuando llegan, casi siempre, pasada la una de la madrugada. El televisor encendido hasta muy entrada la noche y yo espero que el sueño me venza para dejar de verlos. Al quedar totalmente a oscuras, cuando la luz de la lámpara ya no mancha de amarillo las sabanas blancas que me cubren, la madera truena. En ocasiones escucho ruidos del otro lado de la puerta de mí recamara. Puedo oír objetos caer al piso y me sobresalto e inmediatamente enciendo la

Las miradas

Y entonces las miradas se cruzan, se detienen, buscan sus puntos débiles; luchan por desnudar a su contraria alentadas por los ojos que las empujan para iniciar el enfrentamiento que no quieren. Se niegan tremulosas. Entran al juego del constante titubeo por alejarse. Aparece el pánico y se sienten ansiosas, desesperadas por salir de ahí; pero la única forma es pasar sobre la otra. La pupila el arma con la que se hieren. Desentierran la historia de sus vidas; la lágrima se derrama a un costado de los ojos que ya son rojos; les duele ver el pasado reflejado en su rival. Una de las miradas se rinde cuando el ojo se cierra; la mirada victoriosa se aleja, ladeándose, sabiéndose sola, consiente que jamás volverán a encontrarse.

Él lo dijo

Esos días donde estuviste conmigo, han pasado envueltos en tela de recuerdo que me sirve de frazada para no sentir el frio provocado por la sangre que se escapa de la herida abierta en mi pecho. Pecho deformado por las balas de un destino que era el mío, y por ti he combatido, pero al final he caído. Heme aquí, con mi alma aferrándose a mi carne para no perderte en el olvido. Pasará pronto, lo infiero. Tu marido me grita los actos que le hemos infligido, con el cañón de su arma en mi frente me ha dicho que lo tuyo y lo mio es amor pérfido, lascivo. “Sigue ella”, susurró a mi oído, alma mía…, él lo dijo.

Remembranza en bronce

-Te juro que no recuerdo exactamente lo que dijo el abuelo… -Velo bien, estoy seguro que sí es. -Podría ser, digo, la forma la tiene, creo… -Ven, acerquémonos-los dos chicos se acercaron al monumento esculpido en bronce, levantado sobre una gran roca, en medio de la glorieta más importante y representativa de la moderna ciudad. -Sí, mira, es tal cual el abuelo lo describió el otro día, pero por más que hago memoria, no recuerdo el nombre que le dio… -Deberían de ponerle una placa al monumento para saber qué es, ¿no crees? -Pues, se ve que si la tenía; mira, ahí esta un hueco-el joven señaló una sección faltante en la piedra-. Seguramente ahí estaba la placa- dijo el hermano mayor al tiempo que daban media vuelta. -Creo, no me hagas mucho caso, que el abuelo lo llamó libro. -Quien sabe-cruzaron la avenida y caminaron sin mirar atrás.

Sobre la soledad y la amistad

Sabemos que estamos solos cuando nos encontramos rodeados de gente. En ocasiones es lastimoso ver con qué afán se busca la compañía, porque no se toleran, no son uno mismo. Es pensamiento contra cuerpo, raciocinio contra deseo. La soledad puede causar severos problemas de salud, alteraciones en el estado mental e incluso la muerte cuando se está poco preparado; cuando no se es amigo de uno mismo. Porque hay que ser justo: estar en sincronía con lo que se quiere y se hace; hay que ser padre, madre, amigo, compañero, hermano de uno mismo para no sufrir nunca más, la soledad.  El alcohol y las drogas son como un cubo de hielo que ocupa ese espacio vacío, que se va derritiendo en poco tiempo y, al final, el agujero que se intentó tapar, sigue siendo una ventana para que la soledad se asome. Los centros nocturnos: bares, antros, cantinas, table dance , etcétera; son lugares llenos de solitarios con caretas de rostros sonrientes. Es un eufemismo al dolor de saber que no pueden tolerarse. Si

Gota

Escuchaba el repicar de campanas a lo lejos. Poco a poco el sonido mutaba en algo menos estruendoso: era como gotas de lluvia cayendo sobre hojas marchitas en otoño. En otras ocasiones era como granizos impactándose contra tierra suelta. El aroma a tierra húmeda me gustaba, lo disfrutaba; es una de las pocas oportunidades en las que puedo sentirme vivo, libre. En algún momento del día ese sonido se transformaba en el de un martillo chocando contra el metal. Con movimientos que siguen el ritmo trágico de mi infortunio. Ahí es cuando regreso a la realidad, en un breve lapso de cordura; confinado a este ínfimo calabozo que es una sentina; con la cabeza totalmente aprisionada por una jaula de metal barnizada en oxido, amarrado de pies y manos; sin rastro de luz. Acompañado solamente por el sonido de la gota de agua que taladra, una y otra vez, la coronilla de mi cabeza.

Tú en tinta

Abrí, uno a uno, los cajones del escritorio donde tenía mis relatos fantásticos. Invadido por una desesperación inimaginable que carcome de a poco el cerebro. Leía con frenesí los textos plasmados en hojas amarillentas; desdeñando una a una las cuartillas que, cayendo, crujían adoloridas al piso indolente. Necesitaba encontrarte en uno de tantos papeles. Jalaba mis cabellos, salivaba. Pasaron muchas horas antes de poder leerte: lloré, pero de felicidad al verte viva en las líneas; en la historia donde nunca le di rostro al personaje del que estás, en tinta, enamorada. Sabía que este momento llegaría: mañana en la que yace tu cuerpo sin vida en la otra habitación; mediodía nostálgico al ver tus labios amoratados. Noche gélida que cruza tus manos y las posa sobre tu pecho. Y por eso me ves aquí, a tu lado, dentro del relato donde te inmortalicé; oyendo el crepitar de los maderos en la chimenea. Escuchando a Sinatra de fondo, y besándonos eternamente, olvidando que ahora solamente somos

La incredulidad de Santo Tomás

-Al igual que Santo Tomás escudriñé en el cuerpo de Cristo, como en la pintura de Caravaggio, ahí mismo donde la lanza de Longino hizo brotar sangre y agua del lacerado y débil torso de Jesús. Busqué lo divino, lo mágico, lo espiritual, lo fantástico. Sé que me dirás que perdí el tiempo, pero en verdad quería ir más allá de lo establecido. Preguntarme el por qué se dijo hijo de Dios. Por qué de su entrega a los humanos aun sabiendo lo que iba a sufrir. Si no recuerdo mal, tú le diste una salida, allá en el Monte de los Olivos, cuando Cristo lloró por lo que se avecinaba. Estabas ahí, como lo estas conmigo ahora; abriste una puerta para que Jesús corriera y escapara, pero este la cerró al momento de secarse las lagrimas que escurrían por sus pómulos con su túnica blanca, y en ese momento tu rostro se descompuso, el dolor en el estomago te dobló; escurría baba por las comisuras de una boca que se negaba a abrirse. Lo viste marcharse y entregarse a los soldados que ya esperaban. -No…