Esos días donde estuviste conmigo, han pasado envueltos en tela de recuerdo que me sirve de frazada para no sentir el frio provocado por la sangre que se escapa de la herida abierta en mi pecho. Pecho deformado por las balas de un destino que era el mío, y por ti he combatido, pero al final he caído. Heme aquí, con mi alma aferrándose a mi carne para no perderte en el olvido. Pasará pronto, lo infiero. Tu marido me grita los actos que le hemos infligido, con el cañón de su arma en mi frente me ha dicho que lo tuyo y lo mio es amor pérfido, lascivo. “Sigue ella”, susurró a mi oído, alma mía…, él lo dijo.
La violencia en nuestro país es un reflejo de nosotros mismos: de todo lo que hemos dejado de hacer en conjunto por el bien y mejoramiento de nuestra sociedad. La historia de México se ha vivido en un marco de violencia desde antes de la conquista hasta nuestros días: somos un país que está aprendiendo a vivir en libertad. No debemos olvidar que somos una nación muy joven con poco más de 200 años de ser una nación independiente. No podemos esperar estar en niveles de calidad de vida comparables con naciones como lo son las llamadas de primer mundo, pues ellos son el resultado de su vasta historia, en las que ya cometieron sus propios errores y de ellos aprendieron. Ahora nos toca aprender de los nuestros. Hay que tomar en cuenta que el ejercicio y aplicación de nuestras libertades las hemos podido ejercer apenas hace muy pocos años y es por está razón que muchos no saben qué hacer con esa libertad: para ser libres hay que saber serlo. Es palpable la violencia dantesca que
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