Y entonces las miradas se cruzan, se detienen, buscan sus puntos débiles; luchan por desnudar a su contraria alentadas por los ojos que las empujan para iniciar el enfrentamiento que no quieren. Se niegan tremulosas. Entran al juego del constante titubeo por alejarse. Aparece el pánico y se sienten ansiosas, desesperadas por salir de ahí; pero la única forma es pasar sobre la otra. La pupila el arma con la que se hieren. Desentierran la historia de sus vidas; la lágrima se derrama a un costado de los ojos que ya son rojos; les duele ver el pasado reflejado en su rival. Una de las miradas se rinde cuando el ojo se cierra; la mirada victoriosa se aleja, ladeándose, sabiéndose sola, consiente que jamás volverán a encontrarse.
La violencia en nuestro país es un reflejo de nosotros mismos: de todo lo que hemos dejado de hacer en conjunto por el bien y mejoramiento de nuestra sociedad. La historia de México se ha vivido en un marco de violencia desde antes de la conquista hasta nuestros días: somos un país que está aprendiendo a vivir en libertad. No debemos olvidar que somos una nación muy joven con poco más de 200 años de ser una nación independiente. No podemos esperar estar en niveles de calidad de vida comparables con naciones como lo son las llamadas de primer mundo, pues ellos son el resultado de su vasta historia, en las que ya cometieron sus propios errores y de ellos aprendieron. Ahora nos toca aprender de los nuestros. Hay que tomar en cuenta que el ejercicio y aplicación de nuestras libertades las hemos podido ejercer apenas hace muy pocos años y es por está razón que muchos no saben qué hacer con esa libertad: para ser libres hay que saber serlo. Es palpable la violencia dantesca que
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