No tengo nada más que dar. En la callada y sonámbula noche, los faroles se contonean y parecen campanas repicando para sus adentros; llamamiento a los fieles que no están, no acompañan mi andar. El sonido de mis pasos solo es taconeo lóbrego para mis oídos, y las huellas que voy dejando detrás mio, son tragadas, saboreadas, por las lenguas negras de la oscuridad, junto con mi exánime cuerpo que yace sobre la acera metros atrás. Los curiosos se acercan murmurando algo que me es imposible escuchar. Y no me detengo, sigo caminando por las calles empedradas: no falta mucho para llegar a casa.