Apenas madrugada para mi alma confinada al olvido de ese corazón tierno, dulce e inocente. Autoexilio de tu cuerpo: tierra fértil viva; añoranza que sufro al rememorar caricias, besos, alientos en mezcla perene. Terreno surcado por los sueños que creíamos podríamos realizar, pero al no ser capaz de llenar las oquedades que me hicieron tropezar; te veo alejándote, mirando de reojo para ver si acaso puedo volver a andar; pero no te detienes y ha sido porque te lo dije noches atrás: “si me ves caer en mis abismos, no esperes que de mi quede algo vivo, sigue adelante aunque me veas llorar”. Y veo que estiras el brazo justo cuando la bruma te engulle, no temas, que pronto sentirás tu mano tomar, y espera a que él te haga olvidar, al tipo que no supo dar.
La violencia en nuestro país es un reflejo de nosotros mismos: de todo lo que hemos dejado de hacer en conjunto por el bien y mejoramiento de nuestra sociedad. La historia de México se ha vivido en un marco de violencia desde antes de la conquista hasta nuestros días: somos un país que está aprendiendo a vivir en libertad. No debemos olvidar que somos una nación muy joven con poco más de 200 años de ser una nación independiente. No podemos esperar estar en niveles de calidad de vida comparables con naciones como lo son las llamadas de primer mundo, pues ellos son el resultado de su vasta historia, en las que ya cometieron sus propios errores y de ellos aprendieron. Ahora nos toca aprender de los nuestros. Hay que tomar en cuenta que el ejercicio y aplicación de nuestras libertades las hemos podido ejercer apenas hace muy pocos años y es por está razón que muchos no saben qué hacer con esa libertad: para ser libres hay que saber serlo. Es palpable la violencia dantesca que
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