Querida, Leonor:
Si el querida
te parece palabra necia por el que la escribe, te pido me perdones, pues con
qué cara estoy frente a la hoja en blanco cuando me dices que para ti ya soy
pasado. Pero no encuentro otra forma para expresar lo que siento. Conoces mis
grandes defectos, y uno es mi rostro inexpresivo cuando preguntabas si yo era
capaz de amarte; reprochabas mi “sí” tímido, retraído, sin alma: te molestabas
al grado de darme la espalda, y tú con la cabeza gacha, murmurabas algo que yo
era incapaz de descifrar. Caminabas lentamente como esperando sentir la mano
del que decía amarte, sobre tu hombro y con palabras del arrepentido por sus
actos retraídos, te dice al oído que lo perdones. Esperas que sus manos rodeen
tu cintura y bese tus mejillas, pero ese no fui yo y lo lamento, Leonor. Culpa
a mi naturaleza por haberme hecho de esta forma: tipo ensimismado en sus
problemas y en sus culpas. Encarnizadas batallas contra sus ansiedades que por
momentos lo dominan; culpa a su mente viajera que se pierde en tapas duras de
libros antiguos al caminar de la mano de la mujer que dice amar; pero es verdad,
te amo, Leonor. Soy todo lo que he escrito antes y todo lo que conoces,
pero ¿y si puedo cambiar? ¿Qué harás? ¿Soslayar mi descifrable corazón que está
perdido en dolores que llevan el nombre Leonor? ¿Podrás mirarme a los ojos y no
sentir nada por los míos que ya son mares y océanos y olas chocando contra
rocas una y otra vez, a un ritmo acelerado sin saber cuándo terminarán? Leonor,
ángel hecho carne, musa celestial, inspiración de tanto escrito que se ha
quedado al fondo de mi habitación; hojas y hojas que llevan tu nombre, Leonor.
La música tranquiliza esta ansiedad por saberte
lejos; suaviza los pensamientos que nacen al recordar lo que pude haber hecho
para no perderte. Las armonías del piano transforman cada molécula de mi cuerpo,
cada célula en lunas fulgurantes, en satélite natural que gira alrededor de tu órbita, esperando un giño de tu parte para salir corriendo en tu búsqueda, en
mitad de la noche, con las constelaciones en el firmamento atestiguando mi
carrera, y al llegar a tu casa, mirar los rosales, cortar algunas rosas, y
después tocar la puerta donde sé estás, y esperaré una respuesta cuando veas mi
estampa, la del enamorado. Sé que eso sería suficiente para volver a las
miradas, los labios dispuestos al encuentro; ligeras sonrisas, tu
agradecimiento por el detalle, disparado contra mi pecho, y ahí se activa toda
mi maquinaria que es mi cuerpo para abrazarte y decirte lo mucho que he sentido
el no verte ni escucharte, Leonor. Pero, en vez de hacer eso, te escribo esta
carta, dejo que hablen las palabras por mí, que ellas se expresen porque yo no
tengo cara para verte, después de aquella noche. No recuerdes, Leonor, no
sufras en un recuerdo que yo ya siento muerto. En ella nada habita, fue error
de un momento, fue noche oscura donde los rostros y las risas, y las palabras
se confundían al calor de las copas que fluyen y fluyen. Leonor, te digo, es
sadomasoquismo el revivir el rostro de ella, y sé que lo haces, pero te imploro
la olvides, no importa ni ha importado nunca; el nombre de ella se desquebraja cada que
se quiere meter en mis pensamientos, esa mujer no significó más que mi
desgracia, perdón, Leonor. Créeme cuando te digo que ella -al igual que yo-,
entiende que fue un error nuestro encuentro. Culpamos a la bebida y a los
amigos y al entorno que nos envolvía. A ella la perdonaron, Leonor, y sé que
dirás que es problema de aquel que la perdonó, pero, Leonor, tan solo
contéstame el teléfono o da replica a mi carta. Son tantas noches de ver a la
luna llegar y marcharse, de no querer hacer nada más que pensar de qué manera
me pudieses perdonar. Estoy enfermo por no verte, el sol ha dejado de pasar por
mi ventana, el viento sopla fuerte solo en mi casa; el frío de la nostalgia es
terrible, ¿lo has sentido? No te he visto desde hace semanas, y si no me atrevo
a ir a tu casa, es porque dijiste que no querías volver a verme, pero y a mis
palabras escritas que son estas, ¿les darás la oportunidad que a mí me negaste?
O prefieres darle esa oportunidad a otro hombre, a ese con el que me dijeron te
vieron: hay rumores, dicen que solo son amigos, otros me han jurado que te han
visto besándolo, y yo no creo en nada de lo que me dicen, pero ¿y si es cierto?
¿Significará que te he perdido y no hay vuelta atrás, que el que toque a tu
puerta sea él y no yo, que tu pensamiento ya le pertenezca a él, y las
sonrisas, miradas y palabras dulces sean solo para él…? No puedo negarme a la
lucha, Leonor; me niego a dejarme morir, abre las cortinas de esta habitación
oscura para que pueda ver una luz y al final estés tú. Espero, no sea demasiado
tarde, te suplico me esperes antes de que te enamores de él, dale una
oportunidad a los años en los que estuvimos juntos para que hablen por
nosotros. Me desespera el no saber siquiera si abrirás esta carta, la duda me
carcome. ¿Y si mi súplica hecha carta llegase cuando él ya te esté abrazando, y
entonces sea imposible que la leas, o tal vez, se pierda entre las otras y tus
padres al ver mi nombre, la arrojen al cesto de basura? ¿Si de mi anhelo que
son estas palabras, no te enteras?
Leonor, tu perfume sigue estando en la camisa que llevé
la última vez que nos vimos, y fue solo de acercarme a tus labios que enseguida
apartaste, pues ya te habían contado de mi engaño. Mi rostro aún tiene la marca
de tu mano, de tu coraje, pero no interesa, Leonor, merecido lo tengo. Los
viernes eran tus días preferidos, ¿aún lo son? Salíamos a dar vueltas por la
plaza, recargarnos sobre algún poste, sentarnos en la terraza del Café Paris, y
observábamos la caída de la noche sobre la gente que no paraba de andar y dar
vueltas alrededor de la fuente, ombligo de la plaza. Hoy es viernes, Leonor, la
noche cae, las estrellas están renaciendo, las rosas del frente de tu jardín
deben estar rozagantes; estoy apunto de aventar la pluma y salir corriendo
hacia tu casa; terminar la carta pero no mandarla hasta verte, Leonor. Que de
esta carta no te enteres, pues eso sería testimonio de que me has perdonado. Espero
que cuando llegue a tu puerta, no sea tarde y él todavía no esté contigo, para
entonces dejar que los labios vuelvan a unirnos y así, ya nada importará,
porque el mirará nuestro rencuentro y se irá, lo puedo jurar. Haré lo que
nunca, Leonor. Mi te amo se asoma de mi boca, deseoso por pegarse en ti, no sé
por cuánto tiempo más lo pueda contener, por eso ya termino esta carta para no
perder más tiempo y saldré corriendo para decirte todo esto con mi voz, y veas
que puedo ser todo lo que no fui y que ahora soy todo lo que habías querido que
fuera. Tal vez, te des cuenta que soy
sincero y pudieses así, perdonarme, olvidar mi infidelidad. Pero si ya estas
leyendo esta carta, será pura curiosidad tuya por saber su contenido, porque lo
nuestro lo habrás terminado y el habrá ganado: no habré logrado conseguir tu
perdón y seguramente yo estaré
destrozado. Si es así, no te buscaré más, Leonor. Si esta carta está en tus
manos y tus ojos van de un lado a otro leyendo sus líneas, ten por seguro que
no sabrás más de mí. Me tomará mucho tiempo superarte.
En ti está el
destino de esta carta, amada, Leonor. No permitas que agregue el destinatario.
Te amaré siempre, Leonor.
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