La
visión del hombre es interna, la abstracción total, nace cuando él queda de
frente a la obra que también lo ve, y en ese contacto ambos resisten, no se quiebran,
siguen. Se transmiten, hablan, tocan, abrazan; el interior del hombre se
estremece, hay una suerte de apertura interna que lo hace rememorar y llora,
después la obra parecería que se extiende: da más de lo mostrado. A la vista de
todos los concurrentes al museo, aquel es un hombre que lleva una hora —inamovible e inexpresivo— viendo el mismo cuadro. “¿Qué tanto ve?” —dice una voz apagada a lo lejos.
La violencia en nuestro país es un reflejo de nosotros mismos: de todo lo que hemos dejado de hacer en conjunto por el bien y mejoramiento de nuestra sociedad. La historia de México se ha vivido en un marco de violencia desde antes de la conquista hasta nuestros días: somos un país que está aprendiendo a vivir en libertad. No debemos olvidar que somos una nación muy joven con poco más de 200 años de ser una nación independiente. No podemos esperar estar en niveles de calidad de vida comparables con naciones como lo son las llamadas de primer mundo, pues ellos son el resultado de su vasta historia, en las que ya cometieron sus propios errores y de ellos aprendieron. Ahora nos toca aprender de los nuestros. Hay que tomar en cuenta que el ejercicio y aplicación de nuestras libertades las hemos podido ejercer apenas hace muy pocos años y es por está razón que muchos no saben qué hacer con esa libertad: para ser libres hay que saber serlo. Es palpable la violencia dantesca que
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