Al anochecer, el hombre, dejó
sobre los hombros de la silla, el día. Había que dejarlo secar, para que las
horas quedasen hechas piedra, y con los primeros visos de sol recostados sobre el reclinatorio de la silla, éstas se desquebrajasen. Así, quedado aliviado por la noche, el
hombre bajó las caracolas escaleras con un cierto dejo de incertidumbre. Vio el
día anterior hecho arena, regado alrededor de la silla, se agachó y con su mano
sacudió el ayer, para quitar la capa de piel muerta, para encontrar la valía,
la vida, la justificación que necesita para volver a salir por la puerta.
La violencia en nuestro país es un reflejo de nosotros mismos: de todo lo que hemos dejado de hacer en conjunto por el bien y mejoramiento de nuestra sociedad. La historia de México se ha vivido en un marco de violencia desde antes de la conquista hasta nuestros días: somos un país que está aprendiendo a vivir en libertad. No debemos olvidar que somos una nación muy joven con poco más de 200 años de ser una nación independiente. No podemos esperar estar en niveles de calidad de vida comparables con naciones como lo son las llamadas de primer mundo, pues ellos son el resultado de su vasta historia, en las que ya cometieron sus propios errores y de ellos aprendieron. Ahora nos toca aprender de los nuestros. Hay que tomar en cuenta que el ejercicio y aplicación de nuestras libertades las hemos podido ejercer apenas hace muy pocos años y es por está razón que muchos no saben qué hacer con esa libertad: para ser libres hay que saber serlo. Es palpable la violencia dantesca que
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