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El artista




Lámpara en el suelo, luz fugaz envolviendo lo que tenía dentro de ella: se forman figuras, es como si ese charco de sangre quisiera decirme todo lo que fue. El gato sigue mirándome fijamente, tiene rencor, me odia, entiende porqué lo hice, ese gato lo sabe; y trata de camuflarse en la sombra del cuerpo de su amada decapitada, y está en más trozos, pero el torso basta para hacer camaleón al gato: gato en fuga de sí para ser la emergencia, lo dado por lo rojo de la sangre y por el cuchillo que aún sostengo. Inmóvil sigo, el viento ha cesado, ya no se agolpa en los ventanales. Distracción en forma de cartel luminoso de la farmacia de la esquina logra su cometido, pero regreso a ese gato que trata de maullar y se detiene. ¿Me tienes miedo? ¿Te causo terror? ¿Jamás en tu gata vida te habías puesto a pensar que eso que late ahora con rapidez superlativa es tu corazón? ¿Quieres verlo? ¿Ver cómo late, sentir lo vivo en tus patas mientras te corto en pedazos? Y la sangre me busca, encuentra la punta de mi zapato, quiere subir y no puede, prefiere dibujar el contorno de mi pie, marcar la escena del crimen: muerto hablando en lenguaje pictórico desde el más allá. ¿Se rehúsa a verse tal como es o es que quiere agradecerme?  Arte primigenio, brotan burbujas de la sangre, paredes manchadas de mi obra; trazos diagonales y en ondulaciones degradadas como en constante ir hacía abajo dejándose al capricho de la gravedad, y esta hecho. El lienzo blanco dejó de ser materia porque ahora me dice todo, ¡qué expresiones tengo delante de mí! No tiene nombre, esto que acabo de crear no tiene nombre, vaya estilo, ¡vaya estilo! Podría llamarlo “Expresión no-corpórea”. Sí, o no, no sé, mejor que otros lo bauticen. El que crea no nombra sólo hace y yo hago, hice, ¡qué artista! Me deleito en tus formas silenciosas guardadas en ese cuerpo que no es sino el caparazón que hube que abrir para que el arte hablase. Ojalá pudieses ver todo lo que eres, todo tu sentimiento está plasmado en la pared que tenias tan blanca. Pobre de ti, eras incapaz de ver algo en lo blanco, te cegaba su luz, pero ahora yo he liberado el lenguaje, tu lenguaje, y no me lo agradezcas, es por amor al arte, a la obra misma. Soy solamente una herramienta que se deja guiar por entes negros cuneiformes. Sabes, ellos son los maestros, mis maestros, ayer me visitaron, porque ellos me visitan de cuando en cuando, para decirme que es hora de libertar a alguien más. Dicen que fueron amigos de los más grandes pintores de la antigüedad, ¿comprendes? Ellos saben, lo saben todo sobre el arte, me lo han dicho todo, por eso he libertado a tanta gente: soy el Dios vivo. ¡Y qué dichoso soy de haber sido el elegido, un simple mortal, un hombre común al que el arte le llega en forma de figuras abstractas, expresándose en sus figuras negras acabadas! Te das cuenta cuán agradecido estoy: he pasado de ser simple mortal a ser deidad; y tú debes estarlo de igual manera. Sin mí no habría esto, sin ti tampoco.

Se ha ido el gato, se perdió, no importa, no tiene nada que decir, no había nada en él, poca pintura en su interior, por eso, más bien por eso, no me importa. ¡Claro! Qué podría expresar con tan nimio cuerpo de gato, ¡por favor! Está todo bien, no hay nada de qué avergonzarse, te has desnudado ante mí, ya todos podrán ver lo que eras, tranquila; cierra los ojos,  ¿no puedes?, ¿te ayudo a cerrarlos? Bien. No sufrirás más, ahora eres libre, he ayudado a tu decir y tu ser ha hablado a través de mi arte. Media hora más y estaré listo para descubrirme en mi expresión, en lo que soy; mi verdadero yo a punto de ser dicho. Y tú eres la pieza final de creación artística para que logre llegar al otro lado, al encuentro de mí y de ti, lo que somos ¡qué orgasmo poético!

Periódico tirado en el piso, el gato escondido debajo de la cama, los vecinos haciendo su escandalo matinal. Un bebé llora a lo lejos, los chihuahueños del hombre solitario de enfrente ladran, el tráfico comienza a dar signos de su renacimiento, manchas de humedad en las paredes.

En el interior del departamento una sierra eléctrica arrojada contra la pared dejó su marca, un cuchillo a mitad del pasillo con el filo manchado de victimas. El olor de la sangre emana por cada poro de la estancia. Se escuchan sirenas, rechinido de llantas, las escaleras se cimbran ante la marcha del pelotón. Los vecinos salen y se preguntan que habrá hecho esa pareja de recién casados como para tener frente a su puerta a todo el cuerpo policial. La puerta del departamento cae herida, rastros de sangre brotan por su rectangular forma. Empuñando la justicia en sus manos, las leyes, entran a la habitación principal y ahí está al que buscan. Del techo resbala sangre, ésta cae sobre la frente del artista que está con la sonrisa enferma y la mirada que se ha anclado en la techumbre: tórax abierto cual armario con su arte escupido al techo. El hombre de gabardina y placa asiente confirmando que es su hombre, el “artista”; de la habitación de a lado sale un grito con voz azulada avisando que hay otro cuerpo, igualmente mutilado y con su coagulada sangre detenida hablando en las paredes.


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