En mis noches calladas –silencio que aguarda la no-voz-
entre la bruma su forma aparece, y
me busca sin hacerlo.
¿Y
querrá encontrarme?
En su recuerdo, el hijo que no soy.
Sobre la mesa fría como él,
sin vida,
que cree tener,
en fotografías de otros,
los suyos,
manotea,
quisiera verme ahí: en años pasados,
para intentar ser lo que su egoísmo no le permitió.
Esclavo de culpas ajenas y propias camina entre las vidas:
mi vida.
Y piensa en mis equívocos,
le duelen:
no por mis heridas, no por las caídas sufridas -rastros
marcados en el hijo indescifrable-,
sino por las suyas, de donde sangra y se hincha.
Su rostro: pliegues, años, décadas y más de medio siglo,
caen por su frente y el peso que jala los cachetes,
distorsiona la visión para el ojo del que pasa.
Yo veo en la arruga la falta de su vida,
ésa que buscó en mí.
No encontrada la dicha, cuestionó impío, en el cuerpo del
hijo, la falta de no tenerla.
Hoy, el huérfano ha encontrado en su reflejo: su vida.
Y, tú, ¿cuándo?
“Ayer” contestaron sus labios.
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