Se me ocurre sentarme a
esperar; a mirar mis años sobre las escurridas manos que caen sobre las
rodillas piadosas que se dejan aplastar por las manos confianzudas; y siguen
deslizándose sobre la palma surcada por las falsas profecías. Van hacia abajo,
y de pronto se encorvan ya cuando llegan a las espinillas sorprendidas por ver
que han dejado de ser lampiñas. Las manos se detienen justo al llegar al suelo
y mandan a los dedos que hacen de esbirros para que toquen aquello que
desconocen: y lo tocan. De mi sale un grito en forma de mono cuando las manos
reposan sobre los nudillos. Asustado, inseguro, nervioso doy un salto al sofá,
y veo que nada ha cambiado en mi departamento, todo está exactamente igual que
hace un rato, pero quiero hablar y no puedo, de mí salen gritos antropoides.
Utilizo mis largos brazos para colgarme del candelabro y salto directo al
contacto con el cristal del ventanal al que le respiro frenético. Al ver las
calles, a los otros primates colgándose de los postes de luz, saliendo de sus
autos, entrando a sus departamentos, suspiro con el alivio pegado a mi pecho
selvático. Menos mal: no fui el único.
La violencia en nuestro país es un reflejo de nosotros mismos: de todo lo que hemos dejado de hacer en conjunto por el bien y mejoramiento de nuestra sociedad. La historia de México se ha vivido en un marco de violencia desde antes de la conquista hasta nuestros días: somos un país que está aprendiendo a vivir en libertad. No debemos olvidar que somos una nación muy joven con poco más de 200 años de ser una nación independiente. No podemos esperar estar en niveles de calidad de vida comparables con naciones como lo son las llamadas de primer mundo, pues ellos son el resultado de su vasta historia, en las que ya cometieron sus propios errores y de ellos aprendieron. Ahora nos toca aprender de los nuestros. Hay que tomar en cuenta que el ejercicio y aplicación de nuestras libertades las hemos podido ejercer apenas hace muy pocos años y es por está razón que muchos no saben qué hacer con esa libertad: para ser libres hay que saber serlo. Es palpable la violencia dantesca que
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