Se me ocurre sentarme a esperar; a mirar mis años sobre las escurridas manos que caen sobre las rodillas piadosas que se dejan aplastar por las manos confianzudas; y siguen deslizándose sobre la palma surcada por las falsas profecías. Van hacia abajo, y de pronto se encorvan ya cuando llegan a las espinillas sorprendidas por ver que han dejado de ser lampiñas. Las manos se detienen justo al llegar al suelo y mandan a los dedos que hacen de esbirros para que toquen aquello que desconocen: y lo tocan. De mi sale un grito en forma de mono cuando las manos reposan sobre los nudillos. Asustado, inseguro, nervioso doy un salto al sofá, y veo que nada ha cambiado en mi departamento, todo está exactamente igual que hace un rato, pero quiero hablar y no puedo, de mí salen gritos antropoides. Utilizo mis largos brazos para colgarme del candelabro y salto directo al contacto con el cristal del ventanal al que le respiro frenético. Al ver las calles, a los otros primates colgándose de los p...