Voy.
Descubro, entre
irrealidades superpuestas
brindadas por la oscura
jauría de sombras
que asechan con ojos de
tornados iris –mezcla de alientos secos ofuscados-,
las palabras.
Vasto en afanes -ayeres
presentes y futuros sosegados-,
ando como inicié, sobre
una marchita luz
que asomada cual
trémulo deseo de ver
se tiende como alfombra
para irme sobre ella y no pierda,
en la infinitud de
tantos decires,
la dicha por tener el
simple deseo de darme un poco de mí:
conocerme en los
ciernes dibujados, en la superficie, de la abultada madrugada,
sobre símbolos en hojas
vírgenes –cuento sobre alguien olvidado-;
para allí renacer, en
el fresco del crepúsculo.
Ya: con piel quimera de
púrpuras y negros,
cual escrito de negro
ya soy,
¡salto de sobre el
papel lleno de todo lo mío!
dejándome adosado en
las paredes
desecho ya de mí cuerpo
orgánico,
y pensando con congoja en el triste hombre que no sabe que me tuvo -que
se deshace de lo que fue la noche; aquel que sigue siendo el adusto ceño
marcado en el rostro, tonos serios y más recto-:
pienso
en el martirio que le
depara el día,
pues tendrá por fuerza
que ser de nuevo hombre
y jugar la sempiterna
broma de los días.
Esa que mi locura ha
burlado
por tanta fe ajena de
duda
que al final ha sido
la gran libertadora de
mis tierras.
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