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El piano y alguien que andaba por ahí

En el remoto sinfín del domingo, encuentro, al fondo de la plana estancia, un piano al que veo con ojos de viento fresco: llego. Para el caso busco las teclas, ¿cómo tocar? No hallo el cause de las notas, la melodía estrecha va, viene, construye y se hilvana con otras tantas, mas en una distracción típica en mí, y tomados cual niños de las manos, bailan las melodías un ritmo que nada tiene que ver con el primer traje negro sin arrugas –gran porte- del primogénito intento por vestirme de Chopin.

Resoplido –eco-; pared impoluta se levanta al choque con mi hálito preocupado. “Otro intento” escribe mi pensamiento: dudo. Más duda. Dedo índice en el oído que no encuentra más que sobras de cabello de nueve meses de antigüedad que, podado anteayer, ahora yacen partes de lo cortado en bolsas de basura dejadas en grandes tambos a un costado del jardín.

Y yo sigo sin poder tocar una sola nota.

Mmm, con los dedos entrelazados hago acción de palanca y un crujido me dice que éstos ya están listos: puedo intentarlo por segunda vez. ¡No!, ya no sé qué iba a tocar, acaso alguna de Paganini; ¡pero qué digo! Con razón, si ése no era pianista. “Igual se pueden sacar en piano” –dijo una voz como burlona alejándose-. ¿Si? “Ajá “-volvió la voz que ya era casi imperceptible-. A ver: ¡¡¡Chrán, charán, chrán!!! ¡Pero qué diablos! ¡Me has tomado el pelo, sinvergüenza! ¡Oh, tragedia, tragedia! ¡Poco a poco voy olvidando todo lo que tiene que ver con la música! No… -dije ya sin fuerzas-, ni siquiera puedo hacerme el trágico: eso es griego. Yo de griego no tengo nada –dije con fastidio-. “Solamente la nariz”-la voz se volvió para hacer ese apunte burlón y, con una carcajada que sólo yo logré escuchar, se esfumó -.

De pie, y de regreso a la realidad, aterrado, caí en cuenta que aquella voz no pertenecía a ninguno de mis ayudantes ni amigos. Un viento seco me embalsamó. Corrí al pie del ventanal que da al jardín y, con el futuro frente a mis ojos: carteles, luces que me anuncian; teatro lleno, y una luz espumosa encima de mi piano, pegué mis manos al cristal: la vi: mi exmujer corría divertida a la puerta de salida que da a la calle, empuñando un mechón de cabellos que agitaba en el aire en señal de victoria.

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