Las elecciones presidenciales en México
se han llevado a cabo sin contratiempos –salvo algunas excepciones como
todo en la vida-. Hemos sido testigos de la democracia que es un sistema
que nos permite ser y pensar diferente sin que nadie nos ponga una mano
en la boca, o nos ate las manos, pero nada más.
La democracia o, cualquier otro sistema
de gobierno, no garantiza nada si los que tienen que hacer las reformas
necesarias para el avance político y social del país, no tienen en su
agenda política, marcados los puntos a revisar y a mejorar, -los asuntos
importantes que requieren una pronta solución, guiados por un
compromiso social, cívico y moral- que necesita este país en todos los
niveles sociales, en sus instituciones, en sus estructuras públicas, en
sus sistemas educativos.
Sin duda, el aparente próximo presidente
de la república, Enrique Peña Nieto, no las tiene. Las humanidades –el
conocerlas, estudiarlas, analizarlas y aplicarlas- son parte fundamental
en el desarrollo y evolución de todas las sociedades. Son pilares
fundamentales en las que se puede construir una nación sin temor a que
ésta pueda derrumbarse. No lo han entendido. Enrique Peña Nieto no lo ha
entendido, pues sobre literatura, artes plásticas, filosofía, no ha
mencionada nada o casi nada: no las conoce a fondo – o acaso, ni por
encima. Esta idea que pongo sobre la mesa no es nueva: ya “en 1914 es un
año de triunfo cultural. La Escuela Nacional Preparatoria adopta un
nuevo plan de estudios elaborado en buena medida por Pedro Henríquez
Ureña y en el cual las humanidades -la literatura y la filosofía en
particular- Vuelven a aparecer como materias obligadas” (1).
El contexto histórico no es el mismo,
pero las necesidades sí. México y su ciudadanía –no pueblo, no más
pueblo- busca, desesperadamente, un cambio que haga que la carga de su
país sea más ligera. Mas la forma en la que se quiere llegar a este
cambio –delegada en los políticos y en especial en la presidencia de la
república- no es el camino para lograrlo. Debemos ser conscientes en que tenemos que trabajar en el interior –educación, valores, conciencia social e
individual, crianza, desarrollo laboral y educativo- para después
proyectar al exterior una imagen renovada de cada uno de nosotros, del
individualismo al colectivismo, de lo micro a lo macro, para depurar,
con los años, estas aguas turbias que son nuestra realidad, nuestro día a
día que padecemos todos los mexicanos.
De las propuestas, de los candidatos a
la presidencia que nos ofreció este periodo electoral, no rescato a
ninguno. No había alguien con una visión diferente que hiciese que
buscara en la historia, un símil. En las candidaturas se nos plantó un
discurso “liberal” que paradójicamente estaba atado a otro poder. Por
otro lado, nos encontramos ante un discurso y una oratoria de hace 100
años: utópica, onírica y, en algunos momentos, radical que se ve
imposible de aplicar en tiempos tan globalizados. Teníamos también, en
la derecha, una propuesta de género que vagó, durante toda la campaña,
por sinuosos caminos, por un dédalo donde los tropiezos eran continuos y
que nunca terminó por ser claro.
Por último, un discurso, visión y
dialéctica de la cual se deshicieron los mexicanos hace 12 años, y que
ahora, bajo el dicho “más vale malo por conocido que bueno por conocer”,
se regresa al estancamiento cultural y social. No, nos queda más que
levantar la cara y seguir adelante, que cada uno de los ciudadanos
mexicanos, puede, desde sus trincheras –como diría mi buen amigo Mario-,
mejorar y cambiar la historia de este país: México.
Bibliografía:
(1)-Mexicanos eminentes de Enrique Krauze.
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