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El México del 2 de julio


Las elecciones presidenciales en México se han llevado a cabo sin contratiempos –salvo algunas excepciones como todo en la vida-. Hemos sido testigos de la democracia que es un sistema que nos permite ser y pensar diferente sin que nadie nos ponga una mano en la boca, o nos ate las manos, pero nada más.
La democracia o, cualquier otro sistema de gobierno, no garantiza nada si los que tienen que hacer las reformas necesarias para el avance político y social del país, no tienen en su agenda política, marcados los puntos a revisar y a mejorar, -los asuntos importantes que requieren una pronta solución, guiados por un compromiso social, cívico y moral- que necesita este país en todos los niveles sociales, en sus instituciones, en sus estructuras públicas, en sus sistemas educativos.
Sin duda, el aparente próximo presidente de la república, Enrique Peña Nieto, no las tiene. Las humanidades –el conocerlas, estudiarlas, analizarlas y aplicarlas- son parte fundamental en el desarrollo y evolución de todas las sociedades. Son pilares fundamentales en las que se puede construir una nación sin temor a que ésta pueda derrumbarse. No lo han entendido. Enrique Peña Nieto no lo ha entendido, pues sobre literatura, artes plásticas, filosofía, no ha mencionada nada o casi nada: no las conoce a fondo – o acaso, ni por encima. Esta idea que pongo sobre la mesa no es nueva: ya “en 1914 es un año de triunfo cultural. La Escuela Nacional Preparatoria adopta un nuevo plan de estudios elaborado en buena medida por Pedro Henríquez Ureña y en el cual las humanidades -la literatura y la filosofía en particular- Vuelven a aparecer como materias obligadas” (1).
El contexto histórico no es el mismo, pero las necesidades sí. México y su ciudadanía –no pueblo, no más pueblo- busca, desesperadamente, un cambio que haga que la carga de su país sea más ligera. Mas la forma en la que se quiere llegar a este cambio –delegada en los políticos y en especial en la presidencia de la república- no es el camino para lograrlo. Debemos ser conscientes en que tenemos que trabajar en el interior –educación, valores, conciencia social e individual, crianza, desarrollo laboral y educativo- para después proyectar al exterior una imagen renovada de cada uno de nosotros, del individualismo al colectivismo, de lo micro a lo macro, para depurar, con los años, estas aguas turbias que son nuestra realidad, nuestro día a día que padecemos todos los mexicanos.
De las propuestas, de los candidatos a la presidencia que nos ofreció este periodo electoral, no rescato a ninguno. No había alguien con una visión diferente que hiciese que buscara en la historia, un símil. En las candidaturas se nos plantó un discurso “liberal” que paradójicamente estaba atado a otro poder. Por otro lado,  nos encontramos ante un discurso y una oratoria de hace 100 años: utópica, onírica y, en algunos momentos, radical que se ve imposible de aplicar en tiempos tan globalizados. Teníamos también, en la derecha, una propuesta de género que vagó, durante toda la campaña, por sinuosos caminos, por un dédalo donde los tropiezos eran continuos y que nunca terminó por ser claro.
Por último, un discurso, visión y dialéctica de la cual se deshicieron los mexicanos hace 12 años, y que ahora, bajo el dicho “más vale malo por conocido que bueno por conocer”, se regresa al estancamiento cultural y social. No, nos queda más que levantar la cara y seguir adelante, que cada uno de los ciudadanos mexicanos, puede, desde sus trincheras –como diría mi buen amigo Mario-, mejorar y cambiar la historia de este país: México.

Bibliografía:
(1)-Mexicanos eminentes de Enrique Krauze.

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