En tiempos como los que
se viven en México –con movimientos sociales, disputas de poder, acusaciones y
defensas de partidos antagónicos, encono afortunadamente no jacobino todavía,
más los problemas que parece haberse esfumado de pronto de forma milagrosa como
lo es la violencia extrema, la delincuencia, pobreza, desigualdad, etcétera- se
debe actuar primeramente entendiendo la realidad y el contexto social del cual
somos parte y entonces tomar una posición ideológica, política o moral. Esto
debe ser así pues la neutralidad individual, genera la inacción que es la cosa
más terrible que le puede suceder a cualquier ser humano. Pero para inclinarse
en favor o en contra de alguien, deben estar claras esas posturas a defender y
debemos tener claro –con consciencia histórica- lo que defendemos. Hecho esto
se toma una bandera que en el caso de México ha sido la democracia que debe ser
verde (de independencia). Mas la situación que vivimos complica mucho el tener
claro que postura tomar: Se dice –y digo- que todos los partidos políticos en
México “son iguales”, todos buscan el poder para desarrollar, ejercer y aplicar
sus pasiones, obsesiones, ambiciones y empresas personales o de partido. Entre
ellos negocian el futuro de los mexicanos dependiendo de lo que les conviene en
ese momento, y por ello vemos que casi ningún político mantiene incorrupto su
traje que lo identifica con los colores de su partido. Políticos del PRI
(Partido Revolucionario Institucional) se van al PRD (Partido de la Revolución
Democrática), del PAN (Partido Acción Nacional) al PRI, del PRI al PAN y así
sucesivamente: son, en definitiva representantes de ellos mismos y no de la
ciudadanía como tanto pregonan. Todos saben de qué pie cojea el otro –y acaso
la ciudadanía también-. Por ello la tarea que nos dejan a los mexicanos es muy
complicada pues ¿qué ideología o postura se debe defender, si los que “nos
representan” no la tienen clara? Dejando esa pregunta en el aire, me planto en
mi Zócalo imaginario y veo los movimientos sociales que se mueven claramente en
contra de un Partido Revolucionario Institucional (PRI) que como cabeza tiene a
un líder –el más fuerte a mi parecer desde Colosio, hablando estrictamente en
terrenos de popularidad no así de ideales-
Enrique Peña Nieto el cual “no representa a las mayorías” porque ganó
“comprando votos” – presuntamente 5 millones-. Pero la compra de votos es
terreno y materia de investigación de las instituciones correspondientes y
éstas se encargarán de dar luz sobre ello, y excúseme de entrar en ese terreno.
Se habla de que la
nueva revolución es de pensamiento, y me pregunto: ¿Un partido que ha nacido de
la revolución y que en su nombre lleva el karma, es solamente a través de otra
revolución, en este caso de pensamiento, como se puede derrocar –pues no hay
que tener miedo a las palabras: en una revolución ya sea de pensamiento o no,
hay un derrotado y un vencido-, transformar, renovar o implantar otro
pensamiento en la sociedad mexicana? No lo sé. Es por ello que me preocupa la
facilidad con que se utiliza la palabra “revolución” pues significa quitar un
pensamiento establecido –sea malo o bueno- e implantar el de los victoriosos
–sin estar claro si este nuevo pensamiento nos llevará al bien social e ideal
que todos queremos-. Aunque es cierto que es mejor levantar la voz que quedarse
callado -y a eso me refiero cuando hablo de tomar posturas-, sí hay que hacerlo
con responsabilidad pues no está claro qué pensamiento hay que soterrar: si el
del “viejo PRI” “el que representa EPN”, el de la sociedad que se dice “vendió
su voto”, el de los políticos que deambulan por todos los partidos buscando su beneficio
personal, el pensamiento delictivo, el radical, el libre, el de derecha o el de
izquierda, ¿todos? O cuál pensamiento es el que hay que renovar y cuál es el
que hay que implantar y por qué, y si esto se da, cómo afectaría –que sin duda
lo haría- al libre albedrío: la libertad de pensar y actuar de forma
independiente y diferente. Pues es ahí donde las cosas se complican porque la
imposición no es avance sino estancamiento. Por ello creo que el sistema de
gobierno que adoptamos y que nos parece el mejor –sin dejar de ver sus
defectos- es el de la democracia y en ella el “pueblo” tiene la ultima palabra
y con este sistema de gobierno la ciudadanía puede, mediante el mecanismo del
voto, escoger al candidato que le parezca el más adecuado para resolver los
problemas del país y este voto debe respetarse. La decisión de las mayorías es
un valor de la democracia y este valor ha arrojado como resultado un ganador en
la contienda presidencial: Enrique Peña Nieto. Sin embargo, las voces en contra
no aceptan al ganador, pero insisten en que quieren la democracia. Aquí hay una
contradicción, pues podemos estar en contra del ganador por las razones que se
quieran: inculto, de ideas ambiguas y de un México añejo, que no tiene la
capacidad para gobernar, que es limitado, etcétera, pero no por esas razones
debemos decir que fue “impuesto” por algunos –las minorías: empresas privadas
específicamente la televisión-, claro, si nos decimos demócratas. Por eso es
que me pregunto ¿somos o no somos? ¿O respetamos la decisión de las mayorías
–que las encuestas venían arrojando, infladas o no, acertaron aunque no por 12
puntos sino por 6 puntos de diferencia, algo así como por más de 3 millones de
votos-, y aceptamos lo que una parte de la ciudadanía dijo y nos mantenemos con
la bandera de la democracia, o se deja la bandera demócrata de lado y exigimos
–por el bien del país como parece ser la premisa- que no se dé el poder a
alguien que solamente estancará al país por otros seis años? Como demócratas
tendríamos que aceptar –como lo hizo Josefina Vázquez Mota excandidata del PAN,
dando una muestra de lo que significa la democracia con una clase que yo en mi
corta vida no había visto en un político- la decisión de las mayorías y ser una
voz opositora que ponga el dedo en la yaga y sea observador férreo de cada
movimiento que haga el próximo presidente de la república para evitar que el “viejo
PRI” se apodere del país; y actuando, ya sea como observador, critico o en
forma activa con el proceso de investigación que se esta haciendo, para
esclarecer la compra de votos. Eso es lo que nos tocaría hacer si nos decimos
demócratas y queremos revolucionar el pensamiento social. Pues cómo podría
hacer lo que le venga en gana un presidente si millones de mexicanos libres
fungimos como observadores y críticos de su gobierno, al que no le dejaremos
“equivocarse” en contra de la ciudadanía sino que con propuestas, mítines,
obras individuales y colectivas exigiríamos con fundamentos al presidente, que
se encauce de manera correcta y dé pronta salida a los mayores problemas
sociales que padece este país. México necesita reformistas –de pensamiento- y
no revolucionarios –de pensamiento-. La juventud mexicana –yo- tenemos una
oportunidad de oro para cambiar el pensamiento social de manera pacifica y correcta.
Los cambios duermen en cada uno de los integrantes de esta sociedad. Las
baterías deben ir en favor de las mayorías: la ciudadanía. Es un error dejar
todo en manos de una persona, de un representante que, aunque tenga ideas
afines, no es ni será él el salvador, ni
el mesías que, de la noche a la mañana, vendrá a darnos otro México. Todo
depende de nosotros los ciudadanos.
De una cosa estoy
seguro: hay que defender la democracia por la que se derramó tanta sangre
mexicana. Pero debemos entender que la democracia es un sistema de gobierno que
solamente llegando a su vértice, es disfrutable y es ideal. El adaptarse al
sistema democrático requiere de muchos años en los que se debe aprender,
desarrollar, implantar ideas nuevas que chocarán con otras, una y otra vez,
pero que al final dan como resultado una idea en común que servirá para la
construcción de los países, de las sociedades. La democracia debe trabajarse,
exige ser trabajada, es un sistema libre y permisivo en el cual no hay un padre
que nos diga qué y cómo hacer las cosas, sino que aprendemos en el camino,
equivocándonos una y otra vez, pero a su vez, nos deja gran cantidad de
experiencias que nos sirven para madurar como sociedad: en definitiva el
sistema democrático es aquel mediante el cual llegaremos a la madurez social y
con ello a la satisfacción individual y colectiva.
Gracias a la democracia
puedo tomar postura y ésta es y estará siempre en favor de la ciudadanía, de un
plan de desarrollo cultural, educativo a futuro, donde se le dé su lugar a la
filosofía y a la literatura; que no se vean como materias complementarias sino
como vitales para la formación de los nuevos ciudadanos. Así como inculcar y
regresar valores que son parte fundamental de la buena educación. La lucha debe
hacerse en lo individual, en cada uno de nosotros donde se debe cultivar la
congruencia, la honestidad, sinceridad, rectitud, tolerancia, humanismo, etcétera.
Es responsabilidad nuestra –los jóvenes y todos- el que las generaciones
venideras se encuentren con un país mejor y con mejores oportunidades para seguir
con la evolución positiva: esa inercia, la seguirán por naturaleza los
mexicanos de un futuro. Hay que dar el empujón y sentar las bases necesarias,
cada uno desde nuestra posición -para que México alcance, algún día, el
bienestar que, por lo menos los de mi generación, no veremos-; podemos ser
parte de la historia evolutiva y social de nuestro país con nuestras acciones
razonadas en favor de la ciudadanía, y podremos, ahora sí, llamarnos demócratas.
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