I
Descubriríamos
después de mucho tiempo que, tal vez, no todo fue tan malo, y ese “no todo”
tendría que corresponderte.
II
En
la distancia nos reencontraremos, dijeron, que en la muerte seríamos otros y
nos reconoceríamos. Hoy estoy aquí en mitad de la nada, esperándote: no llegas.
III
Acabaríamos
mal, eso pensamos desde el inicio, nos sabíamos lejanos y lo intentamos, por
necios, porque a veces vale la pena engañarse, seguir el juego de la inocencia.
IV
Lo
nuestro no fue amor a primera vista, más bien fuimos construyendo algo
importante con el paso de los días y las semanas; aquello más tarde se elevaría
de tal manera que haría perdernos en la infinitud de la incertidumbre. Allá
seguimos: quién sabe qué esté pasando con nosotros.
V
Pensábamos
la muerte cuando hablábamos de qué hacer si el otro faltara, que la ruptura
sería trágica, y pensarlo se hacía insoportable; sin embargo, hoy, cada quien sigue caminando por ahí,
enamorándose de otras caras, de otras voces, viviendo de otras maneras, lejos,
y es cuando pensamos que todo está bien, que nada pasó, que nunca, en realidad,
pasa algo.
VI
La
brevedad del amor es infinitamente proporcional al sentido de todas las
palabras que nos dijimos.
VII
Sí,
eso que sentimos fue amor, lo sentimos en una suerte de melancolía, a veces
nostalgia, a veces desesperación, a veces intranquilidad, a veces angustia, a
veces paranoia, a veces enojo, a veces presión, a veces hartazgo, a veces
inconformidad, a veces dejar de ser, a veces dar todo, a veces insuficiencia, a
veces la ausencia, a veces el delirio, a veces la sinrazón, a veces la amplitud
del para siempre: sí, eso que sentimos fue amor.
VIII
Concluimos
la etapa de pareja, nos pensamos con la suficiente madurez para devolvernos la
amistad con la que iniciamos, después, cada quien encontró a otro a otra, nos
decíamos enamorados de esos otros, y sin embargo, siempre regresamos a la
desnudez, la nuestra, pensando en que el sexo siempre fue lo mejor que tuvimos.
Pensar en el amor plástico es embarazoso, porque hay
flores, mieles, regalos, miradas extrañas, emociones exacerbadas, rubores,
confetis: se vuelve indispensable exhibir el amor, dejar testimonio, y entonces
las fotos y más fotos y más fotos que hacen de pegamento para que el amor
resulte…, y eso, algunos piensan, es la felicidad –mi mujer y yo quedamos de
vernos en la cafetería a las siete de la tarde—, es la razón por la que estamos
vivos; y creen que todos deberíamos sentir lo mismo y expresarlo de la misma
manera, hasta miran inquisitivamente y critican a los otros que tranquilamente
toman un café en una cafetería –estuvimos ahí un par de horas, después del
trabajo, como viene sucediendo desde hace meses y, más que costumbre, se volvió
un gusto—, que hablan de cuando en cuando mientras leen, que se miran a veces
simplemente para saberse ahí y que después salen a la calle –caminamos un par
de cuadras mientras ella me hablaba de la prosa de Mo Yan y específicamente del
libro que había estado leyendo: Cambios—,
suben a un taxi, llegan a casa y se sonríen secretamente hasta que el frío los
junta ––nos sonreímos porque a veces soy muy simple con mis chistes tontos y no
puedo dejar de burlarme de su pijama plagada de snoopys— en una suerte de
serenidad maravillosa, de complicidad única, de una tranquilidad que solo
experimentan los que se aman––mañana viernes no sé adónde iremos, tal vez, a
ningún lado.
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