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El viejo

El viejo de barba grisácea, un poco crecida, miraba hacia lo que tenía bajo sus pies. De cuando en cuando se rascaba la barbilla con sus dedos largos, trémulos. Apoyado sobre un vetusto bastón de colores perdidos en algún tiempo que soy incapaz de precisar. Un mechón de cabello blancuzco rehusaba a mantenerse quieto detrás de la oreja del viejo. De pronto se dio vuelta, dio unos cuantos pasos, apoyando la mayor parte de su peso en el añoso y astillado bastón. Hurgó dentro de un baúl metálico, extrajo un grueso libro; el polvo lo hizo toser en un par de ocasiones -suspiró-. El manto blanco que lo cubría se movía al compás de los pasos del viejo. Volvió a mirar hacia lo que tenia bajo sus pies; una lágrima resbaló por sus prominentes pómulos, siguió la gota deslizándose, tocó los labios del viejo, y se deslizó por su barbilla cayendo moribunda al abismo. El viejo logró apoyarse en el descansabrazos de una silla color caoba, los huesos de ésta se quejaron al sentir el peso del viejo. Abrió el libro, no sin antes sacudirlo con su mano por encima de la tapa una vez más. Comenzó a leer, después de un tiempo, le costaba trabajo soportar el peso del libro sobre sus delgadas piernas. Así, duró años leyendo, era lo único que hacía, no comía ni bebía nada, en ocasiones, miraba aquello que le producía melancolía, eso que tenia debajo de él… Musitaba, fruncía el ceño, se tallaba los ojos, leía con más esmero, las hojas pasaban y pasaban dejando una estela de polvo. Después de cientos de años, el viejo cerró el libro, y entonces lloró amargamente. Las gotas de dolor del anciano limpiaron la tapa del libro, se distinguía el título de éste: Origen e historia del Universo y la Tierra. Se puso de pie. Dejó el bastón a un lado y cayó de rodillas sobre el piso transparente y, llorando, pidió perdón. Pidió perdón a la humanidad por no saber cómo ayudarlos.

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