Desenterré tu esencia aquella madrugada donde la luna parecía estar más atenta a lo que ocurría aquí en la tierra, porque su fulgor traspasaba el follaje de los árboles que me abrazaban con su ramaje, sus hojas pintadas de un verde lleno de vida; esa vida que solo puedes gozar en mi mente, y en la de todos los dolientes que te lloran en los rincones de alguna fría habitación. Pero yo no quiero vivirte entre la bruma de mis memorias. No quiero escucharte en un eco; me niego a no sentirte. Desgarro los pasajes que se forman dentro de mi cabeza para que no me duelas, pero es imposible. Tu silueta se regenera en el hálito de vida que despido al soñarte… ¿Qué hacer cuando de ti nada quede? ¿Qué hacer cuando tu imagen se vaya transformando en palabras? ¿Qué preguntarme el día en que solamente te encuentre en una fotografía lastimada por los años?
Frente a tu epitafio grabado en una piedra que nada sabe de lo que vivimos, que está allí, como no diciendo nada pero expresando todo, te veo; ahora eres un retrato posado sobre piedra y tierra húmeda y hojas que caen del roble, y flores de aromas dulces, como la fragancia que te envolvía la noche en que te quitaron la vida… Eres haz de luz de luna, eres tristeza y nostalgia; eres canto nocturno de fauna silvestre. Eres vivencia y recuerdo, gozo y dicha, sonrisa y boca ladeada. Vengo a decirte que ya todo esta hecho, que tu muerte ha sido vengada por las manos de un adolorido que son las mías, de donde todavía escurre sangre del que te dio muerte aquella madrugada cuya luna es la misma que ahora se oculta entre las nubes cargadas de una lluvia que es mi llanto.
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