Y
entonces la sigo, cuidadoso y delicadamente la acompaño sin que se dé cuenta.
Pasos siguen adelante y el sonido del taconeo se mezcla con los míos, siendo
esto mi camuflaje. Mas vuelve la mirada
por sobre su hombro, como advirtiéndome, me hago el desentendido, el que te
sigue es otro y no yo, le digo sin decirle. Cruzamos la avenida, juntos, como
enlazados por una cuerda que solo se recrea en mi mente; imaginación del que se
deslumbra por la belleza que va delante de él. La gente de apoco se va
esfumando de nuestro cuadro y estoy expuesto, siento que la ciudad me desnuda,
para que ella me vea, pero la dama sigue sin percatarse del que camina detrás
de su acompasada figura. Desnudo voy, y es cuestión de tiempo para darse cuenta
de lo que soy en realidad. Ella da vuelta a la izquierda a mitad de la calle,
es un callejón, para cortar camino y dé paso la fila de edificios que nos
flanquean. No puede desprenderse de mí y camino por la callejuela y ya nada
queda que pueda usar para tratar de esconderme. Detiene el paso, quedo inmóvil;
tengo la sensación de querer que me vea pero a la vez siento vergüenza y quiero
dar la vuelta y que mi espalda la confunda. Es tarde para arrepentirse, me ve,
estoy seguro, no atino a decir nada, me quedo mudo. Ella solo mira al
cosificado que es incapaz de mover un dedo. No me da importancia y camina hacia
la avenida que se ve al final del callejón. Y no la sigo y no la veo y no sé
para adónde va porque ya no importa. Siento como un vacío, como si me hubiesen
arrancado el alma, no encuentro la justificación de mi existencia. Giro sobre
mi propio eje, cabizbajo, aturdido, seco en día lluvioso. Regreso a la calle,
por la acera, me voy deshaciéndome de mí, y en un parpadeo la veo, a ella, otra
ella, abro bien los ojos, y ya no me siento muerto, y entonces la sigo…
La violencia en nuestro país es un reflejo de nosotros mismos: de todo lo que hemos dejado de hacer en conjunto por el bien y mejoramiento de nuestra sociedad. La historia de México se ha vivido en un marco de violencia desde antes de la conquista hasta nuestros días: somos un país que está aprendiendo a vivir en libertad. No debemos olvidar que somos una nación muy joven con poco más de 200 años de ser una nación independiente. No podemos esperar estar en niveles de calidad de vida comparables con naciones como lo son las llamadas de primer mundo, pues ellos son el resultado de su vasta historia, en las que ya cometieron sus propios errores y de ellos aprendieron. Ahora nos toca aprender de los nuestros. Hay que tomar en cuenta que el ejercicio y aplicación de nuestras libertades las hemos podido ejercer apenas hace muy pocos años y es por está razón que muchos no saben qué hacer con esa libertad: para ser libres hay que saber serlo. Es palpable la violencia dantesca que
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