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El inmortal



La herida madura sigilosamente, adormeciéndome, casi sin ver; el gato maúlla por la palidez del potencial ente que se gesta en mi cuerpo filiforme. Aristóteles sigue con la palma de su mano hacia abajo, en la pintura, abre la tierra, el fuego expulsa demonios, los míos. Platón que ya no señala, el dedo índice se ha borrado, no hay cielo, no hay más allá, el paraíso se lo robó Dante. Pecado, mi perro, lame la herida salada, su hocico bañado en mí, me aterra. Escucho pasos, rodean al moribundo, al que se refleja en el espejo con un agujero en el pecho. De la recamara salen dos tipos, armados, se detienen ante mí que ya babeo como animal bajo el influjo de anestesia. Dicen que dónde tengo el resto del dinero que les robé, pero si pudiese hablar les diría que no me acuerdo, pero mi lengua esta torcida, hecha piedra. Espero que toda mi vida pase en un momento, pero ese momento no llega y ya tengo a Satanás hecho metal listo para incrustarse en mí frente. No vale la pena arrepentirse ya de todos los muertos que he cargado y acumulado por años: me sé demonio. Escupo mi último suspiro en el rostro del que me disparó en el torso. De pronto todo mi cuerpo se acalambra y se  sacude por el golpe fortísimo que recibí en la cabeza; no siento nada, veo pies que se alejan y salen por la puerta de entrada del departamento. Ya la muerte me acaricia y cierro los ojos. 
Despierto y camino despacio hacia el ventanal, veo a mis verdugos subiendo a un auto, y me excito, gruño, rebuzno; el gato sale corriendo despavorido, el perro chilla, la madera truena; salto por la ventana, sin ruido; subo al auto de los matones, me pongo cómodo en la parte de atrás, los saboreo, no puedo contener la risa de nervios, me escuchan y se vuelven hacia a mí, aterrados…
     

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