Nos miramos esa mañana que se hizo noche en un parpadeo. Palabras y más
palabras entrelazadas en el aire, en un constante conocernos. Viajes sin
movernos; gotas de sudor por no saber cómo decirte que fueras mi
esposa. Manchas en las manos de los eternos enamorados que jugaban a ser
viejos para quedarse mirando por horas, mientras la mecedera hacia lo
suyo, tratando de acelerar el Alzheimer. Ahora que el juego deja de
serlo y la realidad es tan dura como para ya no verte sentada frente a
mí, pido al Dios que le rezabas cada noche, me lleve contigo, para dejar
de ver esa mecedora que se mueve sola, para dejar de oírte en mi
locura, para que tu sombra ya no se pasee sola por la habitación.
Y esta mañana espero, como todas las anteriores, mi último suspiro se dé, aquí, sentado en la mecedora, al tiempo que veo moverse la tuya frente a mí, como cada día.
Y esta mañana espero, como todas las anteriores, mi último suspiro se dé, aquí, sentado en la mecedora, al tiempo que veo moverse la tuya frente a mí, como cada día.
Me gusta tu estilo. Este relato te transporta, está bien.
ResponderEliminar