El gran ojo se cierra
poco a poco dejando pasar entre sus pestañas, un color rojizo que delinea el
horizonte. La ciudad exhala vapores de hombres y mujeres cansados y hartos; con
los cuellos negros que arden, con los ojos irritados y los labios
secos. Nadie se mira, las barbillas enterradas en sus pechos, los hombros dormitan,
las manos se entrelazan, ya no sudan, solo esperan. Los cabellos cenizos,
sedientos descansan adoloridos. Las manos sosteniéndose de los tubos grasientos
les cuesta mantener el equilibrio; los pies se quejan y le piden a los dedos
moverse de cuando en cuando. Algunas cabezas rebotan sin pudor en las ventanas
mancilladas, y el metro sigue avanzando, charlando con los metales, meciendo a
su gente, a diario.
La violencia en nuestro país es un reflejo de nosotros mismos: de todo lo que hemos dejado de hacer en conjunto por el bien y mejoramiento de nuestra sociedad. La historia de México se ha vivido en un marco de violencia desde antes de la conquista hasta nuestros días: somos un país que está aprendiendo a vivir en libertad. No debemos olvidar que somos una nación muy joven con poco más de 200 años de ser una nación independiente. No podemos esperar estar en niveles de calidad de vida comparables con naciones como lo son las llamadas de primer mundo, pues ellos son el resultado de su vasta historia, en las que ya cometieron sus propios errores y de ellos aprendieron. Ahora nos toca aprender de los nuestros. Hay que tomar en cuenta que el ejercicio y aplicación de nuestras libertades las hemos podido ejercer apenas hace muy pocos años y es por está razón que muchos no saben qué hacer con esa libertad: para ser libres hay que saber serlo. Es palpable la violencia dantesca que
Me gustó muucho este micro Juan. Un placer leerte.
ResponderEliminarYa me bajé la revista para leerla tránquila, porque estuve sin computadora un buen tiempo, pero ya volví y hasta ahora lo que vi me encantó. Te voy a mandar algo para colaborar y de paso si te gusta que lo publiques.
Un abrazo.