Disfrútame
en este atardecer que ya mancha de un naranja seco, mi rostro. Ve cómo
el fatigado sol me acaricia apenas, con su cara cascada resbalando por
mis pómulos, dividiendo en dos partes al que te ama. Acércate, besa
mis labios ansiosos, palpitantes, anhelantes, ávidos de ti: te buscan
desesperados; pero antes siento tu mano fresca, húmeda; te derrites al
toque con mi cuerpo, como río embravecido escurres por tus brazos que
son cuencas en las que te deslizas hasta llegar a la palma de mi mano,
tal vez, para quedarte allí, esperando que yo cierre el puño para que te
vayas conmigo, al otro lado, al cielo o al infierno: importa poco el
destino, pero apresúrate, que la sangre que mana de mi estómago ya me
ha llegado a los pies, y cada vez es más difícil darme cuenta de quién
eres.
La violencia en nuestro país es un reflejo de nosotros mismos: de todo lo que hemos dejado de hacer en conjunto por el bien y mejoramiento de nuestra sociedad. La historia de México se ha vivido en un marco de violencia desde antes de la conquista hasta nuestros días: somos un país que está aprendiendo a vivir en libertad. No debemos olvidar que somos una nación muy joven con poco más de 200 años de ser una nación independiente. No podemos esperar estar en niveles de calidad de vida comparables con naciones como lo son las llamadas de primer mundo, pues ellos son el resultado de su vasta historia, en las que ya cometieron sus propios errores y de ellos aprendieron. Ahora nos toca aprender de los nuestros. Hay que tomar en cuenta que el ejercicio y aplicación de nuestras libertades las hemos podido ejercer apenas hace muy pocos años y es por está razón que muchos no saben qué hacer con esa libertad: para ser libres hay que saber serlo. Es palpable la violencia dantesca que
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