Hace mucho tiempo que dejó de ser feliz. Se deshacía de la sonrisa cada mañana al echarse agua en la cara, el líquido se llevaba todo lo que era por el drenaje. Al mirarse en el espejo que, apenas alcanzaba a encasillar su rostro, se reconocía en partes, como en recuerdos, imágenes de lo que algún día pudo haber sido. No es viejo; no ha llegado al punto de volverse y lamentarse, pero está tan lejos de ser lo que quiere ser. Piensa en que la vida es injusta, exageradamente traicionera y trágica. Se echa en el sillón, prende un cigarrillo, pero se acuerda que no puede fumar y lo apaga, lo deja. Ve la botella de vino y al abrirla siente en el estómago el por qué no puede tomar, deja la botella sobre la mesa. No hay voces a quienes escuchar, ni sabe el camino para hallarlas. Busca una salida, su válvula de escape, el sentirse vivo al menos por un momento para no saberse tan solo. Camina por el pasillo, llega a la pequeña mesa en medio del túnel confuso de su depresión, presiona lenta...