Ir al contenido principal

Un hombre contemporáneo

A Roberto le cayó la noche sin importarle, mejor, no la vio llegar como siempre. Las teclas de su ordenador las machacaba en cada intento por no dejar rastro de error ortográfico. Después, voces cada vez más altas en tono, entre agudas y graves, el rechinar de respaldos de sillas flojas, lo despabiló. Guardó la captura del día y apagó la computadora. Resopló al tiempo que echaba en su portafolio dos papeles propagandísticos sobre cierta obra que se presenta en el teatro de enfrente que él nunca vio, junto con el montón de hojas que guardaba celosamente para, al día siguiente, continuar con su trabajo. No se despidió de nadie al igual que ninguno de sus compañeros advirtió su sigilosa marcha. 

Cabizbajo, con los ojos echados sobre la acera caminó dos cuadras, bajó las escalinatas del subterráneo. Esperó junto al calor humano que se podía contar por un par de miles, todos amontonados, el vagón del metro. Se dejó sobre la espalda de otro que esperaba ansioso entrar en la lata naranja. Cual cuerpo muerto sobre mar, echado a la suerte, con la inercia en pleno acto, entró. Allí, no quiso ver a nadie. Se internó en sí mismo donde la pesadumbre era su somnífero. Al llegar a su casa, viejo departamento, chico, en el que todo lo que habita ahí parece sufrir un estado perenne de amnesia cruda, y con la pena tendida sobre el plato, cenó algo que parecía haber sido preparado mucho tiempo atrás dado el estado descompuesto de la carne. No pasó mucho tiempo antes que se echara sobre el colchón, sin tomarse un tiempo para ponerse ropa más cómoda. El traje color caqui era su funda.

A la mañana siguiente la misma rutina: hizo la pantomima de la ducha: no agua, aire; jabón seco sobre el piso; óxido por todo el cuadro metálico que hacía de esqueleto de bañera. Pasó al comedor barnizado en polvo, ése que hiere las fosas nasales, que irrita la garganta, enfermizo. El mismo plato, la carne verde, el vaso de agua marrón: misma acción de mímica. Tomó su portafolio negro y salió del departamento: mirada al suelo, cuerpo sobre riel imaginario con dirección al metro, cabello peinado a dedo, sin pasos.

De vuelta en el trabajo, casi las nueve de la mañana, Roberto ya teclea sin parar, de su portafolio saca el fajo de hojas, comienza a capturar, así como lo ha hecho durante treinta años ininterrumpidamente. Sigue, la mañana acabada, la tarde en huida, otra vez la noche. Movimiento, voces, rechinido del cajón del archivero que está a contra esquina de él haciendo el esfuerzo por encajar en su espacio; pasos, computadoras apagándose. Roberto hace lo propio, guarda su captura del día, vuelve a meter los dos papeles sueltos de la propaganda de la obra de teatro que se estrenó hace veinte años y que hacía quince que hubo desaparecido debido a la quiebra del teatro, también, guardó el bonche de hojas que diariamente apila sobre el escritorio justo antes de comenzar a teclear. Cruzó la sala de captura, bajó las escaleras y salió de la oficina directo a la noche que no ve. Entonces, vuelve a perderse en sí mismo, dobla la esquina, otra, y al bajar las escalinatas del subterráneo desaparece.

Comentarios

Entradas populares de este blog

La violencia como producto de la sociedad (ensayo leído en el encuentro)

La violencia en nuestro país es un reflejo de nosotros mismos: de todo lo que hemos dejado de hacer en conjunto por el bien y mejoramiento de nuestra sociedad. La historia de México se ha vivido en un marco de violencia desde antes de la conquista hasta nuestros días: somos un país que está aprendiendo a vivir en libertad. No debemos olvidar que somos una nación muy joven con poco más de 200 años de ser una nación independiente. No podemos esperar estar en niveles de calidad de vida comparables con naciones como lo son las llamadas de primer mundo, pues ellos son el resultado de su vasta historia, en las que ya cometieron sus propios errores y de ellos aprendieron. Ahora nos toca aprender de los nuestros. Hay que tomar en cuenta que el ejercicio y aplicación de nuestras libertades las hemos podido ejercer apenas hace muy pocos años y es por está razón que muchos no saben qué hacer con esa libertad: para ser libres hay que saber serlo. Es palpable la violencia dantesca que

Nace un nuevo sello editorial: Capítulo Siete

Amigos, les comparto con mucho gusto este nuevo proyecto editorial que me honra dirigir y que nace de la mano conjunta de los poetas y editores Cristina Arreola Márquez (encargada de la dirección editorial), Mario Islasáinz, al igual que un grupo más de profesionales. Capítulo Siete es un proyecto que hemos estado trabajando desde hace varios meses. La fecha de lanzamiento será en febrero de 2018 junto con nuestro sitio web, pero nuestras redes sociales estarán activas a partir de enero. Capítulo Siete es un proyecto hermano de Revista Monolito; es decir, seguirá funcionando con normalidad pero de manera independiente al sello editorial, aunque trabajando en colaboración en lo que respecta a la difusión por parte de ambos proyectos. Les agradezco mucho la confianza que han tenido en nuestro trabajo desde hace ya 6 años que iniciamos con la revista, y les pido la extiendan a Capítulo Siete. Pasen la voz. Febrero 2018. Juan Mireles

Singular personaje

Al despertar, después de haber pasado el sueño de la expulsión, veo las arrugas en su rostro, pliegues que bajan por sus pómulos; en su frente: surcos, tal vez, por el ir y venir de pensamientos que durante mucho tiempo lo han marcado. Han dejado su huella para la posteridad. No sé, pero según me han contado, por eso los animales no tienen arrugas en la frente: “Es que ellos no piensan y como no piensan pues no tienen surcada la frente” -decían las arriesgadas-. Pues sí, puede ser, y bueno, tampoco me creo todo lo que dicen las que se arriesgan, las que van más allá de lo que podemos ver. De cuando en cuando veía cómo se internaban en dos túneles oscuros que bajaban como en tobogán, eso decían, que bajaban como si fuese un tobogán, y que ahí conversaban con dos cosas redondas, como esferas. En ese momento no sabía qué era una esfera, pero las arriesgadas siempre terminaban aclarándolo todo. Las arriesgadas siempre tenían una respuesta, pues nos platicaban que esas esferas conocían el e