Octavio
Paz, el único Premio Nobel de Literatura mexicano, nació el 31 de marzo de
1914, en una época en la que México vivía y sufría la revolución, desatada por
una dictadura llamada Porfirio Díaz; revolución gritada por Madero desde su
confinamiento y que despertó, una vez más, el alma combativa y guerrera que ha
caracterizado a los mexicanos desde antes y después de la conquista española -que
inició en 1519-. Revolución que cubrió la infancia de Octavio Paz, en esa “Casa
grande, encallada en un tiempo azolvado, la plaza, los arboles enormes donde
anidaba el sol” de Mixcoac, en un espacio de terreno en el cual los siglos podían
palparse: su casa del siglo XIX, la casa vecina era del siglo XVIII, y enfrente,
una pequeña iglesia, “diminuta” del siglo XVII.
El
espíritu combativo de Octavio Paz no es casualidad, su linaje lo descifra: su
abuelo Irineo Paz -el hombre más importante del mundo familiar de Octavio Paz-,
fue un revolucionario del siglo XIX, liberal, hombre de lucha y escritor que
dedicó su vida a la “interminable campaña por la libertad política”; hombre que
luchó contra la intervención francesa y, entre muchas otras cosas, en contra de
la tercera relección de Juárez a lado de Porfirio Díaz.
El
padre de Octavio Paz, Octavio Paz Solórzano, fue un abogado perteneciente a la
burguesía mexicana, demócrata y militante zapatista -que dicho sea de paso,
Octavio Paz cuenta que, cuando su padre fue al sur “por accidente”, “cayeron
con Zapata y descubrieron el rostro mejor de la revolución mexicana, el rostro
campesino”-, al que Octavio Paz recuerda en versos inspirados en el encuentro
onírico donde terminan “hablando siempre de otras cosas”; esa “figura
dramática”, a la que “Por los durmientes y los rieles/ de una estación de
moscas y de polvo/ una tarde juntamos sus pedazos”. Ese padre “habitado por los
demonios”, “de trato difícil, extremoso”, que refleja su “relación de
desasosiego”; eso que Paz sentía al tenerlo “frente a él”.
El
inicio de la carrera literaria de Octavio Paz radica en la “decisiva presencia
de su abuelo” escritor, y a la gran biblioteca en donde, desde pequeño, comenzó
a devorar libros, entre los que “no tenía por qué haber leído a esa edad”; esas
novela eróticas donde descubrió el amor y el erotismo que luego profundizo en La llama doble. En ese peregrinar libre,
encuentra y lee a autores como Darío, Nervo, Becquer, “a todos los novelistas
españoles del siglo XIX” y a los clásicos en los que destaca Cervantes.
Encuentra en Lope y Calderón el teatro y en éste, la versificación de los
versos. También cuenta Paz que él y su primo estaban llenos de novelas
francesas y de pornografía francesa y latina.
Octavio
Paz finaliza sus estudios universitarios en 1937, fecha en la que viaja a
España para vivir y ver de cerca la guerra civil española.
En 1938 regresa a
México para fundar la revista Taller.
Paz siempre buscó la manera de dar a conocer la buena literatura mexicana y
viceversa: darle al lector mexicano literatura de calidad de otras latitudes,
por ello, durante toda su vida vio en la revista literaria el mejor medio por
el cual podía conocerse y dar a conocer el sentir y acontecer de México y el
extranjero desde la visión literaria, así como el arte en general. Es la causa
de que en su haber cuente con la fundación de varias revistas como Barandal, Taller y las más importantes: Plural
y Vuelta. Revistas en las que buscó
siempre total independencia para no “condenarse a la negociación de una línea
editorial”. Paz quería “depender únicamente de los lectores y suscriptores”.
A
la par de la difusión cultural, publicó libros de alta importancia como El laberinto de la soledad, El arco y la lira, La llama doble, Corriente
alterna, Pasado en claro, Vuelta, Piedra del sol, ¿águila o
Sol? entre muchos otros. Su obra es prolija y es de vital importancia para
México y Latinoamérica conocerla, porque en sus libros encontramos el
pensamiento de una mente prodigiosa, de un social-demócrata que tuvo la
dignidad para renunciar a su cargo como embajador al saber de la matanza de
estudiantes en Tlatelolco en 1968.
Un
hombre de mundo, lleno de ciudades cartografiadas en su cuerpo; lector de
literaturas desconocidas para muchos de nosotros como la japonesa o la india.
Fue un escritor que comprometía su literatura en pro del mejoramiento político
y social de México. Pero también fue un severo crítico literario, porque
entendía perfectamente lo que necesita un escritor para servirle a la sociedad.
Entendió que “el escritor debe amar al lenguaje, pero debe tener el valor de
transgredirlo”. “El escritor debe ser un
francotirador, debe soportar la soledad, saberse un ser marginal”, para “dar
validez a nuestra escritura”. Otra de sus preocupaciones, y no solo de él, sino
de muchos otros escritores latinoamericanos, es la falta de critica que para
Octavio era “una forma libre del
compromiso”: “la critica es creadora”.
Conociendo
más a fondo a nuestros autores, entendemos que los más grandes escritores
tienen a la filosofía como el medio por el cual captan y entienden el sentir
del ser humano. Para Paz lo fue Nietzsche: “Nietzsche me enseñó a ver lo que
estaba detrás de palabras como virtud, bondad, mal. Fue un guía en la
exploración del lenguaje mexicano: si las palabras son máscaras, ¿qué hay
detrás de ellas?”. Ese otro lado de las cosas, que buscaba el también inmortal
Julio Cortázar: el reverso de la palabra que se ha dejado de buscar por el
esnobismo: gran pecado causante del deterioro y estancamiento de nuestra
literatura. Esa literatura académica que sólo sirve para apantallar a un
selecto grupo de personas y a profesores, pero que en realidad, jamás lograrán
escapar de su jaula de oro.
Al
igual que Julio, Paz también fue un buscador de ese revés, poner de cabeza a la
palabra para ver lo que había dentro de ella; desmenuzarla, desenrollarla,
encontrar todas las aristas de esos símbolos que en conjunto es el lenguaje,
nuestro lenguaje, el más grande: el castellano.
La
obra de Octavio Paz habla por él -y no él
de su obra-, en forma de versos, de sonetos, de ensayos como el Laberinto de la soledad en la que quiso
“penetrar en sí mismo y desenterrar a ese desconocido, hablar con él”. Ese otro
yo que habita en cada individuo, ese al que llamaba Sócrates “demonio”-Para
encontrarse hay que buscarse, no hay más. Paz se halló: el mexicano no quiere
hallarse.
Paz
fue un hombre de dos guerras disputadas en dos siglos distintos: la de su
abuelo en el siglo XIX, la de su padre en el siglo XX. Él vivió la historia de
México y la entendió, de ahí su lucha en su adultez. Un hombre que en su vejez
se sintió solo y olvidado por los suyos, por ese constante querer abrirles los
ojos: no se dejaron. Un hombre que al igual que su padre y su abuelo, se sentía
revolucionario, pero que defendió y luchó por sus ideales ya no con las armas,
sino con la palabra, sin que con ello sea menos valeroso.
Octavio
tuvo otro detalle para con los suyos: nos dejó el tema de nuestro tiempo para
resolverlo: “Debemos repensar nuestra tradición, renovarla y buscar la
reconciliación de las dos grandes tradiciones políticas de la modernidad, el
liberalismo, y el socialismo”, y el cáncer de nuestro tiempo: la cosificación,
que terminará, si no hacemos algo, por devorarnos el alma.
Bibliografía:
-Mexicanos Eminentes, Tusquets Editores
(1999), Enrique Krauze, México.
-Redentores, ideas y poder en América Latina,
Debate (2011), Enrique Krauze.
-Vuelta al laberinto de la soledad, Fondo
de Cultura Económica (2004), Octavio
Paz.
-Pasado en claro, Octavio Paz.
-Entrevista con Octavio Paz: “El misterio de la vocación” por Enrico Mario Santi. Revista Letras Libres (2005). Videoteca:
-Entrevista de Soler Serrano a Octavio Paz en el programa televisivo “A fondo” (1977).
De Octavio Paz he leído muy poco, pero he de reconocer que su literatura es buena, saludos y bueno post!
ResponderEliminarHola, Nefer. Ojalá pudieses leer más de Paz pues nada tiene desperdicio. Saludos.
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