Ha
un año de haber tenido el atrevimiento de abrir este blog -espacio para mostrar
algo de mi trabajo, que no es otra cosa que un (mi) taller literario abierto al
público lector-, he ido experimentando y explorando distintas variantes de la
prosa, así como la integración de ritmo en ésta; porque la tarea de conseguir
un estilo –que e ido trabajando durante muchos años-, es primordial para decir,
lo que se tiene que decir, de una manera clara y precisa, para que con ello se
logre la critica deseada, mediante una prosa que contenga varios matices, es
decir; conseguir la ambigüedad. Por ello el escribir para mí es un estilo de
vida que va más allá de poses y de discursos, dedicados sin hacerlo, para un
grupo especial de críticos o círculos literarios. Creo en la importancia del
escritor como un personaje-herramienta que debe ejercer la crítica, tanto
social como política, mediante el género literario que más le guste y sea más hábil,
y desde la corriente literaria que más se acerque a su obra (Modernismo,
Surrealismo, Realismo, Realismo mágico, etcétera).
Es de suma importancia la dedicación del
escritor para con su obra: exigirse al máximo y siempre estar inconforme con lo
que escribe, pues de esa manera pasamos a ser los primeros lectores y críticos de
la obra y no focas que se aplauden solas para llenarse el buche de halagos; ya
que esto no ayuda en nada, ni a sus lectores, ni a su obra. Y esto origina
graves problemas, porque entonces cuando al escritor se le ocurre mostrar su
trabajo y las criticas son malas, echará a llorar y pasará a ser uno más de los
autollamados “incomprendidos” (léase para mayor ejemplificación de esto, el fantástico
relato de Max Beerbohm “Enoch Soames”).
Si
bien creo en que la primera lucha es la que libramos contra nosotros mismos,
entiendo, porque yo lo hice, que el escritor igualmente debe buscar su lucha
interna: escritor que no se conoce nunca dirá con las palabras adecuadas lo que
desea expresar, ni sabrá localizar los problemas a atacar mediante la palabra,
ya que los problemas internos de cada uno de nosotros son los mismos que aquejan
al todo que es la sociedad: el todo
está compuesto por seres humanos. Por ello, la batalla que llevará años y tal
vez, en el crepúsculo de nuestra vida, lograremos conocernos por completo, es
de vital importancia entrar a ella para ir descubriendo nuevas formas y temas ha
desarrollar. Las experiencias es otro ingrediente del cual se alimenta el ser
humano, y el escritor (que en ocasiones se siente etéreo), también lo es, por
ello es que debe vivir y equivocarse periódicamente para reconocer los errores
y tener el conocimiento necesario, el aprendizaje, para lograr resolverlos o
evitarlos.
Aunque
es verdad que lo que le sirve al escritor, igualmente a cualquier persona le
servirán para desarrollar su oficio o profesión, el autor no es si no dice, si
no se expresa mediante la palabra escrita, por consiguiente hay quien lee
aquello, y en ese dar existe una responsabilidad -Mentira vil aquel escritor
que dice que él escribe para sí mismo sin importarle el lector: ¡vaya
contradicción! Entonces no escribas si no quieres ser leído por nadie.
A
ninguna sociedad le ayuda el hecho de que sus escritores estén empolvándose en
las bibliotecas o que circulen en grupos exclusivos y cerrados, o que solamente
les entiendan algunos académicos (a veces ni ellos les captan la idea), eso no
ayuda a una sociedad que está esperando mejores condiciones de vida.
Evidentemente
el escritor no es ningún mago ni profeta ni dios (pensarlo me haría caer encima
de mí mismo) para creer que por sí solo conseguirá cambiar algo; pero sí ayuda
mediante su prosa o poesía el despertar de sentimientos, de emociones; da
piezas faltantes para construir realidades que en ocasiones se nos extravían entre
tantas calles, edificios, y todo lo que esto contiene; toca a nuestra puerta
para decirnos que fuera de nuestro mundo hay otro y nos invita a conocerlo, es
decir; puede y muchas veces logra dar otro panorama a la realidad y, en el mejor
de los casos, entrega más realidades que, superpuestas, nos generan las
respuestas necesarias para comprendernos y comprender a los demás y a su
entorno.
Por
eso el escritor también es un voraz lector: reconoce y sabe que en los libros
están esas piezas y mundos -de los que ya he hablado-, que le ayudan a ser lo
que ya es o será. Y con suerte, lo aprendido, lo aplicará a su obra, ésta que
servirá para justificar su oficio y su razón de existir: sin obra no hay
escritor, sin lectores no hay escritor, sin ganas de saber más no habría ni
lectores ni escritores: el ideal es la conjunción.
Y
ya me callo (figúrense). Mejor les dejo lo que quería compartirles desde el
inicio antes que me diera este insultante ataque de verborrea: recomendarles
diez cuentos y cinco novelas.
Acá
cinco: Ryunosuke Agutagawa, “Sennin”. Max Beerbohom, “Enoch Soames”. Franz
Kafka, “Josefina la cantora o el pueblo de los ratones”. Rudyard Kipling, “El
cuento más hermoso del mundo”. León Bloy, “Los cautivos de Longjumeau”.
Otros
cinco: Esteban Echeverría, “El matadero”. Rafael Arévalo Martínez, “La
signatura de la esfinge”. Horacio Quiroga, “El hombre muerto”. Rogelio Sinán, “La
boina roja”. José Revueltas, “Dios en la tierra”.
Y
unas novelas: Alejo Carpentier, Los pasos
perdidos. Daniel Sada, Porque parece mentira,
la verdad nunca se sabe. Mario Vargas Llosa, La fiesta del chivo. José Emilio Pacheco, Las batallas en el desierto. Julio Cortázar, Divertimento.
Recibe Juan un fuerte abrazo de aniversario.
ResponderEliminarLa búsqueda no acaba con los hallazgos como bien dices.
Muchas gracias, Sergio. Igualmente un fuerte abrazo y a seguirle no hay de otra.
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