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El hombre de las máscaras


Me siento tan mentiroso, tan mentiroso que es verdad; un objeto que anda por todos lados con las manos pegadas al cuerpo y dando pequeños saltos… Tan mentiroso soy que no hablo con las personas que preguntan al mudo: muevo la cabeza de un lado a otro y suelto un quejido con varias emes juntas: ¡sí! Soy un mitómano en toda la extensión de la palabra, porque enseguida juego mucho, bailo, echo las manos al aire como si fueran globos; y alegría tengo pues mi cara se llena de bocas alargadas que ríen insaciablemente.   

Es que de tanta mentira termino creyéndolo y luego, de pronto, al pasar frente al cristal de un aparador que está sobre la avenida principal del centro donde puedes encontrar todo lo que quieras, estoy viéndome reflejado, haciendo piruetas de profesional de circo; y doy maromas en el aire y luego simulo que piloteo un auto de carreras, fingiendo el sonido del motor. Me siento con tal vitalidad que ahora corro en círculos, imaginando que estoy en una carrera de 200 metros libres en la que espero llegar primero; entonces llega una amable señora y  toca mi hombro…

-¿Está, usted, bien?

-Pero ¿que no me ve? ¡Si soy todo felicidad!-contesté airadamente.

-Disculpe, usted, es solamente que llevo más de una hora mirándolo frente a esta vitrina sin moverse y pensé que algo pudiese ocurrirle-dijo la mujer un poco apenada y se marchó.

En ese momento quedé helado: los hombros cayeron al piso y mi cabeza quedó descolocada al tiempo que, la figura en el cristal del aparador, ya bailaba un poco de tap.

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