Cuando la luz se exilió
de la visión de aquel hombre; lo absurdo llegó dando imágenes y muestras de él
dormido sobre su cama; la oscuridad posada sobre todo lo real, no fue factor
para el que siente que lo que está ahí no es más que lo que dejó de ser. En
estado de ingravidez, la locura creyó el poeta inevitable: tanto tiempo en el
intento de domarla, cae en cuenta que fue en vano intentar la dominación -al
final la locura cernida ante el noble, no hay más que la rendición-. Hecho esto,
el hombre, y casi sin serlo ya, vio, al levantar la vista, el paso poético por
excelencia y no dudó en ir allá, guiado por lo que siempre fue sin pedir serlo
-y vaya acto de gratitud del que abrió aquel agujero por donde el poeta entró-,
se dejó llevar, dando uso de su más rítmico nado.
La violencia en nuestro país es un reflejo de nosotros mismos: de todo lo que hemos dejado de hacer en conjunto por el bien y mejoramiento de nuestra sociedad. La historia de México se ha vivido en un marco de violencia desde antes de la conquista hasta nuestros días: somos un país que está aprendiendo a vivir en libertad. No debemos olvidar que somos una nación muy joven con poco más de 200 años de ser una nación independiente. No podemos esperar estar en niveles de calidad de vida comparables con naciones como lo son las llamadas de primer mundo, pues ellos son el resultado de su vasta historia, en las que ya cometieron sus propios errores y de ellos aprendieron. Ahora nos toca aprender de los nuestros. Hay que tomar en cuenta que el ejercicio y aplicación de nuestras libertades las hemos podido ejercer apenas hace muy pocos años y es por está razón que muchos no saben qué hacer con esa libertad: para ser libres hay que saber serlo. Es palpable la violencia dantesca que
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