El andador desnudo, encharcado, largo y se dobla y
sigue. Al medio una piedra cae en el agua. Todo alrededor se salpica. El
pantalón queda con dos circunferencias húmedas poco importantes en la zona de
la pantorrilla derecha. La hoja de una rama parece que está dispuesta a caerse.
Se sale a una calle donde ya no pasan autos. La hora se presta para atravesarla
sin mirar a ambos sentidos. La acera de enfrente se deja pisar sin miramientos.
Una banca metálica se extiende al interior de un parque. El parque desierto de
tan solo se achica. Las manos sostienen la cabeza que se recarga sobre ellas.
El descansabrazos le sirve más a los pies que se quedan quietos. La gorra se
baja para taparle los ojos. La farola que queda frente a la banca no deja
dormir. La nariz deja salir un poco de aire. La boca se mastica de forma
lentificada. Un perro hecho bola bajo un árbol regala una mirada breve hacia la
mancha recostada en la banca. El bote de basura garabateado deja salir sus
olores de vez en vez. Un silbato se va quedando sin aire en la lejanía. En un
rumor se oye “no hay ningún lugar para estar” y éste se adelanta a sus propios
pasos que van dibujando tras él otras calles, otros edificios, otras casas,
otros callejones, otros alumbrados, otras ciudades, otras formas de estar
siempre en el mismo sitio.
La violencia en nuestro país es un reflejo de nosotros mismos: de todo lo que hemos dejado de hacer en conjunto por el bien y mejoramiento de nuestra sociedad. La historia de México se ha vivido en un marco de violencia desde antes de la conquista hasta nuestros días: somos un país que está aprendiendo a vivir en libertad. No debemos olvidar que somos una nación muy joven con poco más de 200 años de ser una nación independiente. No podemos esperar estar en niveles de calidad de vida comparables con naciones como lo son las llamadas de primer mundo, pues ellos son el resultado de su vasta historia, en las que ya cometieron sus propios errores y de ellos aprendieron. Ahora nos toca aprender de los nuestros. Hay que tomar en cuenta que el ejercicio y aplicación de nuestras libertades las hemos podido ejercer apenas hace muy pocos años y es por está razón que muchos no saben qué hacer con esa libertad: para ser libres hay que saber serlo. Es palpable la violencia dantesca que
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