Todos
los alumnos, apostados alrededor del catre, esperamos en silencio la muerte del
Maestro. Balbuceaba, era difícil entender lo que decía; sin embargo, en su
último esfuerzo, el Maestro dijo que la señal de su muerte sería dada al pronunciar
su última palabra. Asentimos resignados. Al poco rato, los labios cansados del
Maestro dejaron de moverse. Uno de los compañeros se acercó a él y colocó un
espejo frente a su nariz y boca para asegurarnos que su partida era hecho
consumado: así fue. Lo cubrimos con una sábana. Salimos de la habitación, nos
reunimos, formando un círculo, apesadumbrados, empezamos a intercambiar
anécdotas. A los pocos minutos escuchamos la voz larga, clara y nítida del
Maestro, como en sus mejores tiempos, en los que habitado por la humildad,
intentaba develarnos la verdad del mundo. Corrimos de regreso a la recámara
siguiendo el hilo vivo de su voz. Descubrimos el cuerpo del Maestro, sus labios
seguían grises, secos e inmóviles al igual que cada parte de su cuerpo, mas su
voz seguía escuchándose en los oídos de todos los presentes, disipando nuestras
dudas, en este caso, la de su resurrección.
La violencia en nuestro país es un reflejo de nosotros mismos: de todo lo que hemos dejado de hacer en conjunto por el bien y mejoramiento de nuestra sociedad. La historia de México se ha vivido en un marco de violencia desde antes de la conquista hasta nuestros días: somos un país que está aprendiendo a vivir en libertad. No debemos olvidar que somos una nación muy joven con poco más de 200 años de ser una nación independiente. No podemos esperar estar en niveles de calidad de vida comparables con naciones como lo son las llamadas de primer mundo, pues ellos son el resultado de su vasta historia, en las que ya cometieron sus propios errores y de ellos aprendieron. Ahora nos toca aprender de los nuestros. Hay que tomar en cuenta que el ejercicio y aplicación de nuestras libertades las hemos podido ejercer apenas hace muy pocos años y es por está razón que muchos no saben qué hacer con esa libertad: para ser libres hay que saber serlo. Es palpable la violencia dantesca que
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