En
un ayer vivió un hombre vaso. Sobre una vieja mesa de lámina pasó toda su vida.
Claro, primero fue un vil vaso y después fue hombre; lo fue porque un día logró
pensar, no porque tuviera alguna otra similitud con el ser humano. El hombre vaso
fue olvidado seguramente por una mano que un buen día lo soltó y jamás regresó
para levantarlo. En ese estar inmóvil –clímax del aburrimiento- el vaso consiguió
lo inexplicable: pensar, y en esas estaba, descubriéndose, maravillándose por
lo nuevo cuando de pronto se sintió húmedo, reaccionó y vio en su interior un
charco de agua. El vaso que ya era hombre trabajó y forzó su pensamiento durante
meses hasta que un día logró llenarse de agua hasta su mitad; sin embargo,
quería más. Pasó años pensando y pensando hasta el hartazgo, para ver si así conseguía
llenarse de agua hasta el tope: quería derramar el líquido, otra vez no pudo.
Al hombre vaso lo abrazó la depresión y en un arranque de locura, utilizando
toda la fuerza que podía tener como vaso, ayudado por su pensamiento, se arrojó
al vacío. No pudo soportar el dolor de su derrota. Toda su agua conseguida la
derramó en el piso y en ella se fue su pensamiento. El vaso olvidó al hombre;
terminó como al principio, siendo nada más un vaso.
La violencia en nuestro país es un reflejo de nosotros mismos: de todo lo que hemos dejado de hacer en conjunto por el bien y mejoramiento de nuestra sociedad. La historia de México se ha vivido en un marco de violencia desde antes de la conquista hasta nuestros días: somos un país que está aprendiendo a vivir en libertad. No debemos olvidar que somos una nación muy joven con poco más de 200 años de ser una nación independiente. No podemos esperar estar en niveles de calidad de vida comparables con naciones como lo son las llamadas de primer mundo, pues ellos son el resultado de su vasta historia, en las que ya cometieron sus propios errores y de ellos aprendieron. Ahora nos toca aprender de los nuestros. Hay que tomar en cuenta que el ejercicio y aplicación de nuestras libertades las hemos podido ejercer apenas hace muy pocos años y es por está razón que muchos no saben qué hacer con esa libertad: para ser libres hay que saber serlo. Es palpable la violencia dantesca que
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