Monterroso
le encontró a Borges ese otro (s) Aleph que “hay (o que hubo)”: la Araucana de Alonso de Ercilla. También
vio esa misma “esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor”, en fray
Bernardino de Sahagún, en Chamfort, en un espejo adivinatorio de Moctezuma II.
Claro que Borges hubo encontrado los propios por su cuenta.
Entonces, pienso en que la capacidad para encontrar ese vínculo mágico
radica en el tiempo; una vez que pierdes las ataduras del tiempo, dejas de ser
parte de un momento de tiempo determinado, para ser parte de todos los tiempos.
Así, y solamente si algún día encuentro el mío, podré ver todo lo que él
contiene y no es otra cosa más que el infinito. Claro que hay una alta
probabilidad de que no lo encuentre nunca. Entonces sí que mi muerte estará
asegurada.
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