En
mi quietud se expande el universo, soy la referencia del todo, me basta ser para crear el espacio. Conmigo
inicia la consciencia, conmigo se desata el raciocinio. En mi original y único
estado, me traduzco: soy ya una traducción del silencio. El silencio se
transfigura en mí, en los planetas, en las estrellas, en las constelaciones, en
los sistemas solares, en realidad, en todo lo que es y no. El silencio de
pronto se vuelve todas las voces, los signos, los símbolos, las realidades y en
medio de esa eclosión de sentidos y palabras, en ese único instante, vuelvo a
mí para (no) escuchar al lenguaje en su estado más puro. Entonces todo
desaparece —vuelta al antes del principio— y queda solamente el presentimiento
de algo.
La violencia en nuestro país es un reflejo de nosotros mismos: de todo lo que hemos dejado de hacer en conjunto por el bien y mejoramiento de nuestra sociedad. La historia de México se ha vivido en un marco de violencia desde antes de la conquista hasta nuestros días: somos un país que está aprendiendo a vivir en libertad. No debemos olvidar que somos una nación muy joven con poco más de 200 años de ser una nación independiente. No podemos esperar estar en niveles de calidad de vida comparables con naciones como lo son las llamadas de primer mundo, pues ellos son el resultado de su vasta historia, en las que ya cometieron sus propios errores y de ellos aprendieron. Ahora nos toca aprender de los nuestros. Hay que tomar en cuenta que el ejercicio y aplicación de nuestras libertades las hemos podido ejercer apenas hace muy pocos años y es por está razón que muchos no saben qué hacer con esa libertad: para ser libres hay que saber serlo. Es palpable la violencia dantesca que
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