Martin Heidegger nos dice que en la errancia –de los
caminos— se aprende el oficio de pensar. Sí, pensar es inevitable y todos
podemos hacerlo, pero ejercitarlo y ponerlo en práctica requiere saber cómo y
para qué utilizarlo, saber cuál es su funcionamiento, su razón de ser y de qué
forma puede aplicarse lo que genera el pensamiento.
No hay una manera o estructura general para pensar;
es decir, cada persona tiene una forma de estructurar ideas y sentidos. El
desarrollo de tales ideas con estructura definida tienen que ver con una
proceso individual, así, esto es que el vientre donde se gesta el pensamiento
es único.
No hay una fórmula infalible para pensar “mejor” o
enseñar determinada estructura para desarrollar un mejor pensamiento. Cada uno
de nosotros debe crear su propia arquitectura.
Sin embargo, todos de buena o mala manera, pensamos,
el problema es que no todos saben por qué se piensa ni mucho menos se ejercita
dicho músculo sensible. Esto es que no basta con saber que se piensa, sino
utilizar ese pensar. El cuestionarse, el hacerse preguntas, el generar ideas
nuevas a partir de otras; tomar decisiones, aceptar o rechazar distintas cosas
con base en las circunstancias, son algunas de las maneras en que lograremos
adquirir el oficio de pensar.
Así, vamos, eventualmente, a adquirir nuevas y más
herramientas que, no sólo nos ayudarán para estructurar mejor nuestras ideas y
los sentidos de éstas, sino que llegaremos al punto de entender y saber la
importancia de su utilidad y aplicación práctica de acuerdo al contexto social,
por ejemplo.
Con tal conocimiento acerca de nuestras herramientas
con las que contamos para pensar y su funcionalidad, podremos entonces
utilizarlas. Con dicho oficio podemos disipar dudas internas, y también,
cuestionar y preguntar, por ejemplo, al gobierno local o federal, a tal
presidente municipal en turno que esté gobernando de mala manera; podremos
señalar a malos funcionarios o exigir el desarrollo de alguna obra o el impedimento
de otra, en fin, cualquier demanda, porque verteríamos ideas claras, razonadas,
entendiendo la sustancia real de las cosas, sabedores de que lo dicho ya lleva
las respuestas al por qué, para qué, cómo y la viabilidad de lo que se está
demandando o señalando —no hay que olvidar que “aprender a pensar es también
aprender a hablar” como dijo Augusto Monterroso.
Tales contestaciones derivarán en planes
concienzudos que se sostendrán firmemente ante cualquiera que intente soslayar
o demeritar tal petición o acusación: las armas más infalibles no se
manufacturan en una fábrica, sino en el pensamiento.
¿Algunas formas para ejercitar el pensamiento? La filosofía
por ejemplo, que entre otras cosas, es el arte de hacer preguntas (a nosotros y
a nuestro entorno), éstas nos sirven como elementos para ejercitar lo dicho.
Leer también ayuda y mucho, al igual que levantar la cabeza y mirar el contexto
en el que se vive, pero sobre todo, contemplarlo —“entender y ver”—, es otra
opción para llegar a adquirir eventualmente el oficio de pensar.
Hay un ejemplo de ejercicio del pensamiento en la
actualidad: los memes. Estas imágenes cumplen con la funcionalidad de hacer
reír, y la risa es “protesta y aceptación al mismo tiempo” como dijo W. H.
Auden (poeta y ensayista británico). Es decir, al reírnos de un hecho o suceso
no solamente estamos riéndonos en un sentido superficial, sino que estamos
entendiendo del porqué de nuestra risa, ese entender
es en sí mismo el aceptar que tal cosa es cierta, y enseguida, a través del
meme, de tal válvula de escape, protestamos ante lo que se hace referencia —con
los memes contemplamos la realidad—: las preguntas surgen y al mismo tiempo se
contestan.
Entonces, pensemos para pensar mejor, porque así
obtendremos resultados diferentes. Abriremos nuevos caminos, y con ello,
ampliaremos nuestro abanico de opciones con relación, en este caso, a la
situación social e individual en la que vivimos.
Texto publicado primeramente en http://ruizhealytimes.com/colaboradores/juan-mireles
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