Alguien, al final de mis días, me preguntó por qué
lloraba. Le contesté que creía en la trascendencia energética, la liberación
del alma. La muerte para mí es un ir más allá de nosotros mismos, le dije.
Incluso, puede que tengan razón los budistas sobre la reencarnación, la vida
cíclica, para después ser nada. No lloro la pérdida, la ausencia; sin embargo,
lloro la incertidumbre, la duda encallada en mis pensamientos, de no saber si
mi creencia es real o no, peor, que mi interpretación acerca de mí y la vida
haya sido equivocada.
Ese alguien ya no está, solo me quedan sus palabras.
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