Este artículo es con el que
comienzo un nuevo espacio de columna quincenal en http://revistaliterariamonolito.com/
La situación de
violencia que vivimos en México ya sobrepasa la alarma, el asombro o el enojo,
ya estamos en la etapa del ¿qué hacer? ¿Cómo cruzar este laberinto sin ser
atrapados por las raíces podridas de esta sociedad?
Ya no es suficiente
encomendarse a Dios o al santo que mejor convenga o persignarse una, dos o tres
veces. Ya no basta con creer en que las tragedias siempre les pasan a otros.
Los cierto es que nos están pasando a todos, a todas, a ellas con las que se
están ensañando.
Hablar de ellas, las
mujeres, las nuestras, es también pensar el miedo, es la incertidumbre, la
angustia, porque en este país las están asesinando, violando, secuestrando,
desapareciendo…
El Estado de México se
ha convertido en el primer lugar en casos de feminicidio, desbancando a
Chihuahua, pero, ¿de qué hablamos cuando pensamos el feminicidio? ¿A qué nos
referimos al hablar de homicidio de mujeres, más allá de nuestras intuiciones o
percepciones que nacen al contacto con las noticias de este tipo que, por lo
demás, son diarias?
Hace unos días tuve la
oportunidad de platicar con la abogada Judith (utilizo un seudónimo a pedido de
la entrevistada), que cuenta con más de 35 años de experiencia en el ámbito
penal, para hablar precisamente de este tema.
Se pensaría, a primera
vista, que todos los asesinatos de mujeres son –hablando de leyes y justicia— feminicidios;
sin embargo, no todo homicidio hombre contra mujer (aunque cuando hablamos de ello,
siempre será un asesinato perpetrado por un hombre, o grupo de hombres, a una
mujer) es un feminicidio: éstos deben cumplir ciertas características que se
encuentran al realizar la exploración debida en el cuerpo de la víctima, en la
necropsia de ley.
Como partícipes de esta
sociedad y más, como habitantes de este país, necesitamos tener claro lo que
está pasando con los asesinatos y las agresiones contra las mujeres que han ido
aumentando considerablemente en los últimos años (incluidos los asesinatos de
hijos a madres, los homicidios de infantes femeninas que entran en la categoría
de feminicidio y no de infanticidio).
En
1976, la norteamericana Diana Russell, introdujo el vocablo “feminicidio” por
primera vez al mundo al diferenciar el homicidio “común” con el referente al de
mujeres; en México, hace relativamente poco tiempo se utilizó el término
—Judith habla de que apenas hace seis
años que se entiende en nuestro país de esta manera.
Con estos datos
previos, entramos de lleno al tema: nos sentamos en la sala de la casa de
Judith, sobre la mesa de centro, dos vasos de agua de tamarindo, y no da tiempo
de dar el primer trago:
“El feminicidio se
caracteriza por la violencia extrema (signos de tortura, mutilaciones…) y la
agresión sexual”, me dice Judith y continúa: “la mayoría de las féminas, en estos
casos, son violadas antes o después de muertas”, y termina: “no existe un
perfil, en la actualidad, del feminicida”.
Denunciar
una agresión se vuelve fundamental para que el atacante, posteriormente, y en caso extremo de llegar al homicidio, éste
se tipifique como feminicidio dado el antecedente de violencia (si no se
denuncia, en un momento dado, puede librarse el homicida del cargo de
feminicidio).
La escucho y realizo
algunas anotaciones. No pienso ya en ellas sino en ellos, los asesinos, en lo
que me acaba de decir, en que no hay un perfil claro y sólido del feminicida
–más allá de las generalidades que veremos más adelante.
Entonces, ¿quién es aquél
que está matando mujeres?
La violencia extrema que
se muestra en las mujeres que han sido víctimas de este delito, nos hace pensar
en el sentido más animal del que lo comete, pero más allá de la primera
apreciación que podríamos tener al respecto, me pregunto si la libertad sexual,
el empoderamiento de la mujer, el ejercicio de sus derechos, la búsqueda de la
igualdad, les está costando sangre, a ellas, las que están quebrando un régimen
injusto impuesto por los hombres (no todos) y, por qué no decirlo, emancipado
por dogmas religiosos que no sirven sino para enconar, enfrentar nuestras
diferencias, éstas que no tendrían que ser motivo de alejamiento, sino de
conjunción.
La
penalidad en caso de homicidio “tradicional” es de 20 a 40 años, cuando se trata
de feminicidio la pena se incrementa.
“El feminicida no
quiere perder su virilidad, el poder, el control y la dominación sobre ellas.
La mujer es vista como objeto” me dice Judith al hablar de los rasgos del
feminicida: “la poca educación, la pérdida de valores, las familias
desintegradas, los problemas económicos” son algunas de las causas que se
gestan y predisponen el nacimiento de un feminicida.
La pregunta es, ante
estos conceptos generales, ¿cuántos hombres son potenciales feminicidas? ¿Qué
extracto social está en mayor peligro de caer en esta categoría? ¿Quiénes, qué
grupos, qué organizaciones, qué dogmas están alimentando el odio hacia las mujeres? ¿Cómo intuir la cercanía de un
potencial feminicida?
Se
han visto cada vez más desapariciones y asesinatos de mujeres que tienen su
origen en las redes sociales; es decir, estas plataformas han creado una suerte
de practicidad, de posibilidad que están explotando los feminicidas para
contactar a sus víctimas.
Visto de una manera descarnada
y ante la situación actual del país, con el grado de descomposición social que
tenemos, se puede pensar que el feminicida es otro hijo maldito de esta
sociedad —al que todavía no conocemos del todo, porque las autoridades están
rebasadas o porque hay una suerte de indolencia por parte de los gobernantes o
porque no le dan la importancia que se debería porque hay temas más importantes
que atender, y sin embargo, el problema sigue ahí, creciendo.
El
Dr. Jorge Luis Olivares, perito médico del Instituto de Ciencias Forenses del
Tribunal Superior de Justicia de la Ciudad de México, habla del úsese
y tírese como conceptos característicos
del feminicida con relación a las mujeres.
“Todavía, en los años
setentas, ochentas y parte de los noventas, la violencia intrafamiliar era una
falta administrativa”, concluye Judith, dejándonos ver que el trabajo que se
tiene que hacer para reducir los casos de violencia en contra de las mujeres es
titánico, que no hay realmente formas concretas de defensa para ellas, sino
medidas de prevención, como no exponerse a situaciones de riesgo, tener
particular cuidado con el uso de las redes sociales, en fin, meras precauciones
que en sí mismas son ambiguas y amplísimas.
El feminicidio es una
afrenta, no solo contra las libertades de la mujer, sino para las de todos, y
es un ejemplo claro de que todavía no somos tan modernos como pensábamos, que
todavía no tenemos la madurez que como sociedad creíamos tener, que existe una
resistencia violenta para sostener el machismo, que falta muchísimo todavía
para lograr la igualdad en este país.
Nota: la información en cursiva fue
proporcionada por la entrevistada.
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