Así como Miguel Ángel vio encerrado en el mármol al
imponente David, de la misma forma veo en ella, algo mucho más bello e
increíble, algo fuera de toda proporción que se escapa a mi entendimiento. Ahí
está. La veo desde la pasividad del manto blanco que la cubre. Recostada sobre
los mosaicos de mi estudio, se presiente su verdadera forma. Ahí está. Y es que
no puede ser de otra manera, no hay otra forma de encontrarla sino tentándola,
sin ser obsceno, simplemente tocar la fría cáscara que la contiene. La
extendida piel no me deja verla como yo quiero. No la deja: la guarda en el
anonimato y sólo me muestra su exterior que ha sido tan horrorosa, tan humana;
pero la sé infinitamente más bella. Lo creo, porque Miguel Ángel y el mármol y
entonces… Descubrirla más allá de su fealdad. Mira cómo te busco, Emmanuelle.
Mírate en tu silencio que es tan natural y me conmueve. Te pongo un trapo
mojado en la frente, lo aprieto, para ver cómo escurre el bautismo –había que
encontrar una conexión entre ambos, aunque desconozca los poderes del rito—. Deja
que se adentre el agua en ti, por las orillas de tus ojos completamente
abiertos. Más abajo, el agua acaricia tus pechos. Déjate recorrer por completo.
Sí, como un baño, como un renacer que se hace necesario. Ahí está.
¿Dime qué ves, Emmanuelle? ¿Cómo se ve todo desde
adentro? Debe ser magnifico. Recostado sobre tus pechos inmóviles intento
escuchar tu sirena-voz. Ahí está. Son voces que se vuelven cantos que se
vuelven una calma y una plenitud…
Y entonces la noche y el primer corte a la manera de
un cirujano. Su piel se abre en un canal que no deja lugar al cierre. No te
preocupes, Emmanuelle, no es más que carne –¿recuerdas cuánto miedo te daba la
carne? ¿Cuánto cristianismo te rondaba?—, no es más que lo que ya no eres, no
son más que huesos sobre otros que se vuelven los mismos otros huesos. No te
asustes con el crujido de tus costillas al romperse. No te harás polvo, te lo
prometo. Ahí está. “Cada bloque de piedra tiene una estatua en su interior y es
tarea del escultor descubrirla” dijo Miguel Ángel, pero yo estoy tan lejos de
ser un artista, Emmanuelle. Ayúdame, así como yo te ayudé a morir. Ayúdame a
encontrarte. Guíame. Te dejo mis manos. Hállate. “Aquí estoy”, y lo dijo como
quien se sabe más allá de las cosas, de las interrogantes, de las dudas, de
cualquier paraíso.
Entonces, en algún punto, su mano —y yo creí su voz
y su certeza—. Más que mano era una nada, una iluminación… Me liberó de la
tumba de la carne. Yo tuve que empujarla a hacerlo, y no me he equivocado: No
te fallé Emmanuelle. Tu resistencia a morir era una simple reacción natural al
miedo a lo desconocido, pero yo te he liberado, así como ahora lo has hecho
conmigo.
El antes nos pesaba tanto que nos fuimos lejos; apenas
presintiéndonos, allá, donde nada puede encontrarse, ni siquiera nosotros.
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