Era el ruido de las olas acercándose a mis pies o el
pasar de algún cangrejo por la arena, o era la pasividad del aire y de tanto
una breve brisa, o acaso el mar y sus azules; o era yo la paz en sí misma y no
los rumores del entorno, o era ese no pensar que de pronto me había dejado en
el estado natural de las cosa. Fue ahí que todo parecía tener significado; y
ése fue el momento preciso en el que desperté después de ser sacudido por
alguien y, junto a mi despertar, el mundo: los nombres de todo ese entorno que
en algún momento se había ido. Y entonces no pude sino sentir cierta pérdida,
cierta nostalgia por no haberme quedado en esa quietud que se sentía tan
natural, tan de principio.
La violencia en nuestro país es un reflejo de nosotros mismos: de todo lo que hemos dejado de hacer en conjunto por el bien y mejoramiento de nuestra sociedad. La historia de México se ha vivido en un marco de violencia desde antes de la conquista hasta nuestros días: somos un país que está aprendiendo a vivir en libertad. No debemos olvidar que somos una nación muy joven con poco más de 200 años de ser una nación independiente. No podemos esperar estar en niveles de calidad de vida comparables con naciones como lo son las llamadas de primer mundo, pues ellos son el resultado de su vasta historia, en las que ya cometieron sus propios errores y de ellos aprendieron. Ahora nos toca aprender de los nuestros. Hay que tomar en cuenta que el ejercicio y aplicación de nuestras libertades las hemos podido ejercer apenas hace muy pocos años y es por está razón que muchos no saben qué hacer con esa libertad: para ser libres hay que saber serlo. Es palpable la violencia dantesca que
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