La tierra volvió a parirnos, porque no era nuestra hora de morir. Somos los expulsados del mundo que fueron enterrados con la voluntad atada al cuello. La tierra nos devolvió un poco de fuerza. Brotamos y fuimos alimento de tantas bocas hambrientas de nosotros, del interior nuestro, que por un momento, pensamos robado. Esos que se han alimentado de nuestro fruto, han encontrado la miel que sudan los muertos, no es dulce, es amarga. Ellos gritan, claman saber la verdad que necesitamos para liberarnos, no pueden hacer más. En hoyos yacimos cantidades, incontables hombres y mujeres, esparcidos en 1,947,156 de kilómetros cuadrados. Les faltarían dedos a nuestros enterradores para contarnos -y son miles los que cavan, a diario, nuestra suerte. Fuimos bajados junto a piedras, gusanos, hierbas, latas, botellas de plástico, andrajos, a una serie de tumbas que no llevaban nuestros nombres, porque los nombres solo le pertenecen a los vivos: no se bautizan mu...