Ella me pregunta por la
verdadera desnudez, en un día cualquiera, sobre una cama cualquiera…
Pienso que la verdadera
desnudez está lejos del cuerpo -yo, apenas, afirmo-, y empiezo a hablar de
símbolos y de signos, de cuerpos y sensaciones, de espacios...
Sus espacios abiertos,
son poros, por donde van todas mis esencias, las más profundas, las más
sensibles.
Es un hecho: a la
palabra desnudez la confunde el cuerpo: cierto, no es en todo caso culpa de la
palabra, sino del sentido: al sentido lo confunde el cuerpo. No: tu cuerpo
desnudo es la máscara que hace que se equivoque el deseo. ¿Cuántas veces
confundiste el impulso animal sexual, con el más alto grado de manifestación
del amor? Hay fuera del cuerpo, otra cosa que tantos ojos no han visto, porque
aquello, es imposible de ver.
La profundidad de tu desnudez,
la exterioridad más sublime de tu desnudez, está en tus gemidos, en tu cara
desfigurada por cada uno de los signos que entran en ti, en cada una de mis
caricias sobre tu cuerpo –tu éxtasis-, en las palabras ahogadas por el placer
que dices sin apenas mover los labios, con tus uñas rasgando mi espalda:
conjunción de ambas poéticas.
Tu intimidad expuesta
descansa en la extensión de tu orgasmo, allí, en esa comunión de elementos
sensibles, puedo verte como yo quiero, mas ahí también, muchos te han visto
como nunca quise, aun sin conocerte, que te vieran.
No es tu pasado, es
porque tú conjuntas los tiempos.
No es machismo, es
amor.
En este tu descanso más
claro y suave, me has dicho como aquella que lo ha vivido todo, con tus
mejillas rosadas palpitantes, con tus labios húmedos, y con una gota de mi
sudor cayendo por en medio de tus pechos, que yo he visto el resplandor de tu desnudez
como ningún otro, que aquellos, no saben que te vieron completamente desnuda.
Y eso, amor, es
suficiente, para olvidar por un momento, a mis fantasmas.
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