Como de costumbre fui al Café Margot, por la noche, justo cuando el atardecer se deslava. Iba por la segunda taza de café cuando la vi entrar, era una mujer espigada, morena clara, vestía unos jeans ajustados y una blusa que moldeaba sus pechos dando una visión estética insuperable. La miré como quien está ante la presencia de un milagro. Ella movió la cabeza de un lado a otro como buscando a alguien, yo la seguía sin disimulo. De pronto me vio y no fui capaz de volverme hacía otro lado, mejor traté de aguantarle la mirada, porque de lo contrario, hubiese sido penoso. La mujer vino directamente a mi mesa. Me saludó de forma delicada pero con cierto dejo de autoridad. Pidió sentarse conmigo y solté un “claro” trémulo. No estoy acostumbrado a socializar y menos de esta forma: un tipo como yo, retraído, huraño, y con poca suerte no espera que una mujer de tal belleza pida sentarse contigo. Un poco para perder los nervios, y darme tiempo a pensar, le hablé a la mesera y le pedí...